Fecha: 20 de octubre de 2024
Después de lo escrito aquí, nos ratificamos en la posibilidad de vencer el miedo al futuro, referido a todos los ámbitos de nuestra vida, y especialmente al ámbito de nuestra fe y de la vida de la Iglesia.
Hemos mencionado los dos grandes pilares que sostienen nuestra mirada esperanzada ante el futuro: por parte de Dios el pilar de la Promesa que Él nos ha hecho y nos ha sido confirmada en Jesucristo: por parte nuestra la confianza que deriva de la fe y el amor que le profesamos.
Es en esto esencial donde radica la gran diferencia de la esperanza cristiana respecto del optimismo superficial (también denominado «ingenuo»). Este optimismo trata de animar la persona desesperançada con buenas sensaciones, con imágenes, músicas, ambientes amables… todo lo que produce un efecto «placebo». Cosas que ayudan, sin duda, pero que no pueden fundamentar una verdadera esperanza.
Ch. J. Chaput escribe en su libro Extranjeros en tierra extraña: «Debemos confiar en Dios, en la vida futura, no como si fuesen baterías reconfortantes, sino viéndolo como nuestro verdadero y definitivo hogar. Si lo hacemos, nos daremos cuenta de que la desesperación no tiene cabida, ni la pereza, y se abrirá ante nosotros un panorama alegre». Ya entendemos esto de «alegre»: la alegría serena que acompaña a la paz profunda. Para este autor, esta sería una de las aportaciones más positivas de la fe cristiana (de la Iglesia) a la sociedad y al mundo cultural de occidente, particularmente el mundo cultural representado en los Estados Unidos de América.
Es verdad que este mundo secularizado (y burgués) se esfuerza en convencer a la opinión pública de que es posible vivir con alegría y optimismo, hasta la muerte, sin necesidad de apelar una visión trascendente de la vida, es decir, una visión religiosa (no solo cristiana). Por eso, airean en los medios de comunicación los ejemplos de personas que afrontan con buen talante las dificultades, las enfermedades o la muerte misma, sin perder la alegría, emitiendo mensajes humanistas y esperançadores y sin pronunciarse ante las grandes cuestiones sobre el sentido de la vida. Todo muy emotivo, abundancia de mensajes que alcanzan fàcilment a la gente, al tiempo que evitan toda pregunta que cuestione esa actitud optimista desde la razón. En efecto, mensajes que actúan a modo de «baterías», como las de nuestros aparatos electrónicos, que permiten seguir funcionando un tiempo, hasta que se agotan y hay que volver a cargar…
Uno piensa que, al fin y al cabo, difundir esa actitud psicológica ante el sufrimiento y las contradiccions de la vida siempre será mejor que fomentar la desesperación. Como los tratamientos paliativos, que no curan realmente, pero hacen más suportable el sufrimiento profundo.
Sin embargo no podemos ahogar las preguntes que nacen, no sólo de la fría razón, sino también del corazón que busca descansar en «razones vàlides para seguir viviendo».
Y no habrá auténtico descanso, sino en la Verdad. Para nosotros, Verdad-fe-esperanza-paz es una cadena, cuyos eslabones están firmemente unidos.
Además, ante el futuro no estamos solos, ni condicionados por nuestra incapacidad y, aunque no tuviéramos al lado la multitud de hermanos, nuestra oración, como dice el salmo, diría «tus designios son como los granos de arena y, si acaso terminara de contar, aún estaría contigo, Señor, aún me quedarías tú» (cf. Sal 138,18).