Fecha: 20 de octubre de 2024

El Papa Francisco popularizó hace unos años la expresión «santos de la puerta de al lado» proveniente de la exhortación apostólica Gaudete et exsultate (2018), haciéndonos ver que la santidad no es algo reservado a algunos, a quienes salen en el santoral, sino para todos. De la misma manera, el Magisterio nos recuerda constantemente que la Iglesia es misionera. Esto significa que todos lo somos, no sólo los misioneros que dedican la totalidad de su vida a hacer presente a Cristo donde no se conoce todavía. Podríamos decir que hay también «misioneros de la puerta de al lado», y que la tarea misionera no está reservada a unos pocos, sino que éstos nos recuerdan que en nuestra vida también debe haber misión, al igual que los santos nos recuerdan que también nosotros estamos llamados a la santidad.

El laicismo en el que vive sumergido nuestro pueblo parece que nos condicione porque pretende imponer el criterio de que la religión es algo del ámbito privado y de la conciencia. Esto significaría que yo no debo manifestar mi fe en la esfera pública ni proponer la fe a los demás. Pero cuando uno vive totalmente traspasado por el amor de Dios no puede guardárselo en el ámbito privado, «porque de lo que sobresale del corazón habla la boca» (Lc 6,45). Somos una unidad y nuestra forma de vivir es reflejo de nuestra interioridad: relegar la religión al ámbito puramente privado no respeta la forma en que Dios nos ha creado. No somos fragmentarios, no existen compartimentos en nuestra vida.

¡A cuánta gente le ha cambiado la vida el encuentro con Cristo después de que alguien les haya invitado a un retiro de Emaús o de Effetá, a un curso Alpha, a Cursillos de Cristiandad o a tantos otros retiros y propuestas de primer anuncio! No vivamos acomplejados pensando que esto no va con mis familiares y conocidos, que esto no es para ellos: el amor de Dios es el único que puede saciar y llenar el vacío que cada persona tiene en su corazón. Pero además es un amor que se vive en comunión, en un cuerpo que es la Iglesia, un amor que nos unifica: «la multitud de los creyentes tenían un solo corazón y una sola alma» (Hch 4,32).

De la misma manera que evangelizar a los familiares y conocidos es responsabilidad de cada uno, ayudar con la oración y económicamente a los misioneros que van a lugares lejanos de nosotros es responsabilidad de cada uno, porque todos formamos un solo cuerpo. La comunión eclesial se expresa con hechos y se fortalece con las obras. Cuando yo ruego o dedico parte de mi dinero a sostener a los misioneros, sólo Dios sabe el efecto que producirá para que su Reino se extienda cada día más. Por eso, como cada año, hoy la Iglesia nos invita con la jornada del Domund a rezar y ser generosos y que esto se extienda a lo largo de todo el año.

Santa Teresa del Niño Jesús, cuya memoria celebramos el primer día de este mes, es patrona de las misiones porque desde su Carmelo de Lisieux, viendo sólo un pedacito de cielo dentro de sus muros, ofrecía su oración y sus sacrificios por los misioneros y oraba incesantemente por la conversión de los pecadores. Que ella nos ayude a reconocer a Cristo esperándonos en el corazón de cada persona que todavía no cree para que podamos invitar a todos a hacer experiencia del amor salvador de Jesucristo.