Fecha: 20 de octubre de 2024

Estimados diocesanos, amigos y amigas:

«Id a las encrucijadas de los caminos y a todos los que encontréis convidadlos a la boda» (Mt 22, 9), reza la Palabra de Dios, a modo de invitación, desde la mirada del evangelista Mateo. Un camino, un banquete, un mandato: ser discípulos y misioneros de Cristo para anunciar el Evangelio hasta los confines de la Tierra.

Con el lema Id e invitad a todos al banquete, hoy celebramos la XCVIII Jornada Mundial de las Misiones, el Domund. Un día para abandonarse por entero y dejarse caer en los brazos de ese Dios compasivo y rico en misericordia que nos amó hasta el extremo y, aun estando nosotros en la más absoluta oscuridad merced a nuestras debilidades, nos dio la vida entera por Cristo (cf. Ef 2, 4).

A través de la parábola evangélica del banquete nupcial, el Papa Francisco nos recuerda en su mensaje para esta jornada que «la misión es un incansable ir hacia toda la humanidad para invitarla al encuentro y a la comunión con Dios». Esta imagen profundamente humana de Iglesia misionera que va más allá de toda frontera, periferia y condición, refleja el estilo y el fin último de nuestra labor: «¡Que todos nosotros, los bautizados, estemos dispuestos a salir de nuevo en misión, cada uno según la propia condición de vida, para iniciar un movimiento misionero, como en los albores del cristianismo!».

Ayer, con el corazón abarrotado de nombres y colmado de una esperanza que no defrauda, celebrábamos en nuestra diócesis tortosina la Jornada Diocesana. Un encuentro en clave sinodal, jubilar y vocacional. Recuerdo las miradas de cada uno de los presentes; sus rostros, su semblante, su alegría, sus ganas infinitas de vivir. Y vuelvo ahí, a ese abrazo del Señor que lo envuelve todo y que nos hace preguntarnos: ¿qué puedo hacer por mi hermano más necesitado? Porque es ahí, cuando todos somos uno en el Padre (cf. Jn 10, 30) y nos hacemos dóciles a la voz del Espíritu en nuestros hermanos más alejados, cuando verdaderamente caminamos en comunión. Al final, solamente la obra de tus manos hará que la sala de bodas se llene hasta rebosar de invitados…

Y tú, que ahora lees estas líneas, ¿estarías dispuesto, como hacen tantos misioneros, a abandonarlo todo para entregar hasta el último aliento de tu vida en cada periferia donde Dios pronuncia tu nombre? Querido amigo y amiga, recuerda –en este día del Domund– que el Señor tiene tu nombre inscrito en su alma, y cuenta contigo, junto a María, para que lleves a cabo la misión que sus ojos compasivos te han encomendado.