Fecha: 17 de noviembre de 2024
Estimadas y estimados. El cristiano es aquel que con corazón dócil y atento hace camino amoldándose progresivamente a los valores y al estilo de vida proclamado en el Evangelio de Jesús. Estamos a las puertas del año Jubilar que, si a Dios place, empezaremos en las próximas fiestas de Navidad. En este camino de preparación, me ha parecido oportuno dedicar algunas Cartas Dominicales a hablaros de la corrección fraterna. Puede ser una buena manera de ir modelando nuestra vida al estilo de Jesús, el Señor, para vivir con un corazón abierto al perdón y con un alma totalmente esperanzada en él.
Tenemos que decir, antes de todo, que ―según la Sagrada Escritura―, «la corrección viene del Señor». Tenemos que empezar, por lo tanto, dejándonos corregir por el mismo Dios. Tan solo si se acepta la corrección del Señor, se será capaz de obrar con justicia y amor y, también, de imitar la forma de actuar de Dios en nuestras relaciones con los otros.
«Hijo mío, no rechaces la reprensión del Señor», afirma el libro de los Proverbios (3,11). En el Antiguo Testamento, muchísimas veces el pueblo «no escucha el llamamiento», porque «no se deja corregir», «no ha confiado en el Señor» (Sof 3,2). Los profetas claman contra esta manera de obrar del pueblo y, anhelando su renovación espiritual, ponen en boca de Dios mismo, el clamor por este alejamiento, en no aceptar la corrección: “Me decía: a ver si así me respetan | y aceptan la lección, | y no cae sobre ella | todo lo que he decidido. ¡Pero, no! Se apresuraron a pervertir | aún más todas sus acciones”. (Sof 3,7). Es conocida la parábola del profeta Oseas que dibuja con su matrimonio con una mujer de mala vida, de la cual tiene tres hijos, los cuales señalan el progresivo alejamiento de Dios por parte del pueblo de Israel. La afirmación clave es: «porque falta fidelidad y falta amor, falta el conocimiento de Dios (Os 4,1), porque no hay fidelidad a la Alianza. El conocimiento de Dios equivale a cumplir los mandamientos. Pero en este pueblo «no hay conocimiento de Dios» porque no hay el mínimo de misericordia y de fidelidad que hagan el terreno fértil de donde pueda brotar el cumplimiento de la Alianza. No solo no hay misericordia, sino que carece de un mínimo de contexto ético que pueda estar en sintonía con el conocimiento, y en el cual se pudiera arraigar. «Quiero misericordia y no sacrificio, conocimiento de Dios, más que holocaustos.», afirma el Señor en boca del profeta (Os 6,6). De aquí que se indique también que Dios obra con severidad, porque quiere corregir y enderezar la situación: «Los puso en el crisol para sondear sus corazones; lo mismo hace con nosotros, no para castigarnos, sino porque el Señor aflige a sus fieles para amonestarlos» (Jdt 8,27). El mismo libro de los Macabeos indica que “no se desconcierten por estas desgracias; antes bien piensen que estos castigos buscan no la destrucción, sino la educación de nuestra raza” (2 Mac 6,12); y esto porque “si es cierto que nuestro Señor, que vive, está irritado momentáneamente para castigarnos y corregirnos, también lo es que se reconciliará de nuevo con sus siervos” (2 Mac 7,33). Con un tono más suave, el libro de la Sabiduría indica que la «simple corrección» del Señor está «inspirada por el amor» (Sab 11,9), y que, aunque “sufrieron pequeños castigos, recibirán grandes bienes, porque Dios los puso a prueba y los halló dignos de él” (Sab 3,5).
Vuestro,