Fecha: 24 de noviembre de 2024
Estimados diocesanos, amigos y amigas:
Hoy, solemnidad de Cristo Rey del Universo, celebramos –con la mirada puesta en las diócesis que dan vida a la Iglesia– la XXXIX Jornada Mundial de la Juventud (JMJ).
El lema Los que esperan en el Señor caminan sin cansarse (cf. Is 40, 31), escogido por el Papa Francisco y tomado del Libro de la Consolación, revela el fin del exilio de Israel en Babilonia y el comienzo de un sendero de esperanza para el Pueblo de Dios, que vuelve al corazón de su patria merced a un nuevo camino que el Señor abre para sus hijos.
Con la fe hostigada, el alma fruncida y la respiración entrecortada: así vivimos en algunos territorios marcados por situaciones de guerra, injusticia y desigualdad. Ante este abuso hacia el ser humano, donde su dignidad está siendo pisoteada sin apenas escrúpulos, el Santo Padre nos anima en su mensaje a renovar las fuerzas y a correr hasta alcanzar la piel del Cielo: «Me gustaría que también a vosotros llegue el mensaje de esperanza; del mismo modo hoy el Señor abre frente a vosotros un camino y os invita a recorrerlo con gozo».
La JMJ alterna la celebración diocesana con la internacional. Ahora, nos adentramos en el espíritu de las diócesis que embellecen el entrañable Reino de Dios para recordar que toda nuestra vida cristiana es una peregrinación hacia la felicidad eterna, un camino colmado de sed, piedras y cansancio, pero con vistas al corazón de Dios.
«¡Prefiero el cansancio de quien está en camino que el hastío de quien permanece detenido y sin deseo de caminar!», señala el Papa. Porque la receta para el cansancio no es sentarse al borde de la calzada y esperar a que el cuerpo tome la forma del barro, sino que es ponerse en camino, abrazar cada obstáculo por superar, mirar con otros ojos la piedra que alguna vez nos hizo tropezar, acoger con alegría la niebla, la lluvia y el frío, avanzar con el único sustento de la fe, sonreír con una esperanza renovada ante la adversidad y vislumbrar, al atardecer del desierto, la Tierra Prometida.
Si el Señor camina con nosotros (cf. Mt 28, 20) y sus manos jamás se agotan de amparar a los cansados y agobiados (cf. Mt 11, 28), ¿a qué podemos temer cuando sentimos que no nos llegan las fuerzas o que el amor de Dios nos sobrepasa? Él nunca se cansa de amarnos, de perdonarnos, de aliviarnos; porque su mansedumbre traspasa el lodo que tantas y tantas veces aprisiona nuestra voz.
Hoy, Cristo, levanta el velo sobre Dios para recordarnos que el camino del amor pasa por el servicio. Regalemos una mirada fraterna, una escucha verdadera, un gesto bañado de humanidad. Hagámoslo por amor, aunque el cansancio esclavice nuestras ganas. Y cuando creamos que ya no podemos más, el Señor nos despertará en la noche para susurrarnos al corazón: gracias, una vez más, por ser un misionero incansable de mi alegría.