Fecha: 1 de diciembre de 2024
Estimados diocesanos, amigos y amigas:
Con el comienzo del Adviento, un nuevo horizonte se abre ante nuestros ojos para escribir, con la letra de Jesús y en el centro de nuestra alma, que en el corazón de Dios anida un hilo de esperanza que ha de permanecer cosido al corazón de cada uno de nosotros.
El Adviento es un tiempo de gracia, humildad y esperanza. Gracia para comenzar una nueva vida desde el arrepentimiento y el perdón; humildad para abajarnos sin titubeos, probar el agua del consuelo y lavar cada una de las llagas de nuestros hermanos más necesitados; y esperanza para renacer en el amor del Niño de Belén.
La esperanza, que nace en los ojos de Cristo, no defrauda (cf. Rm 5,5), pues es el bálsamo que conforta la vida de quien desea volver a empezar, de quien arrastra la mochila peregrinando por este mundo con las ganas de vivir un tanto magulladas, vulneradas y heridas.
Los ojos del ser humano, creado a imagen y semejanza de Dios (cf. Gn 1, 26), sólo se iluminan si viven creyendo, esperando y amando (cf. San Agustín, Sermón 198, 2). Esta es nuestra gran tarea: vivir bañados de pasión y con las manos llenas de sueños para derramarse en la piel dolorida de las personas enfermas, desconsoladas y quebradizas.
Hoy, con la entrada del Adviento y la mirada adherida a la de nuestra Madre, quisiera elevar una oración al Cielo. Por Ella, por ti, por aquellos que anhelan una palabra de consuelo, con la esperanza de que descansen en el rostro de Jesús, nuestro Señor:
Santa María del Adviento,
humilde sierva del Señor, modelo de esperanza, piedad y consuelo:
ayúdanos a encontrar a Jesús en la mirada de los pobres, humildes y sencillos,
custodia nuestra fragilidad con el eco de tu delicado rocío
y rompe el velo de nuestra soledad con tu inefable y tierno amor.
Ven, Madre, e indícanos el camino de la santidad
que desemboca en los brazos de tu Hijo, Jesús.
Haz, con tu maternal intercesión, que Él nazca en nuestro corazón
y destierre de él nuestro pecado hasta alcanzar la comunión eterna contigo.
Madre de la misericordia y de la espera,
muéstranos el camino para andar cada día tras la huella compasiva de tu fe,
ayúdanos a sembrar semillas de felicidad donde impere la tristeza
e ilumina nuestros ojos con el fuego de tu bondad.
Madre de la Esperanza y Virgen del Adviento,
tú, que nos enseñaste a vivir entregando tu propia vida, llévanos a Cristo,
inúndanos con tu belleza y guía nuestros pasos hacia la Vida Eterna. Amén.