Fecha: 1 de diciembre de 2024

En la vida diaria abundan palabras que suelen utilizarse para muchas funciones, prestaciones y finalidades. Y, de tanto usarlas, pueden perder su significado más genuino olvidando un aspecto importante de su finalidad coloquial. Es el caso del verbo preparar o también su reflexivo prepararse. Decimos del Adviento que es el período de tiempo en el que los cristianos se disponen a preparar la Navidad. Acentuamos, como es natural, los dos sustantivos y disminuimos la importancia del verbo que debe y puede ocupar nuestra atención durante ese tiempo. De esta actividad temporal me gustaría insistir este año.

Acudo en primer lugar al diccionario porque aclara de forma casi inmediata la finalidad de nuestra pretensión. Dice del verbo preparar: “Disponer, poner algo de la manera adecuada para cierta cosa o cierta acción” y continúa después aportando concreciones al mismo: preparar la mesa, preparar la tierra para sembrar, le preparamos una sorpresa… con otros muchos sinónimos que descubren la variedad de situaciones que se encierran en esta palabra. También podemos acudir al reflexivo que incorpora la dimensión interior del sujeto y su capacidad de actuación. Se usa también mucho en imperativo, como invitación a que alguien o que uno mismo prepare el ánimo para cierta cosa. En ambos modos hay algo externo que sirve de impacto y algo interno que exige la libertad de aceptación del sujeto y la responsabilidad de llevar a término la referida acción.

Los cristianos contamos con la gran variedad de preparaciones que nos presenta la vida ordinaria. No es extraño que este ejercicio lo aprovechemos simultáneamente para fortalecer nuestro camino de fe cuidando el ánimo en este tiempo de Adviento para participar de la alegría ante el acontecimiento más grande que vieron los humanos: el Nacimiento de Jesús, Dios y Hombre, que acompañará para siempre las vicisitudes de la humanidad entera. Sabemos que todo acto singular y extraordinario exige en nosotros una disposición adecuada para vivir y celebrar, personal y comunitariamente, el hecho que hemos preparado y anunciado.

La comunidad eclesial prepara con mucho cuidado todo lo que rodea el Nacimiento: las luces que brillan con más cantidad e intensidad; los cantos que hacen sonreir y añorar la vida pasada, comunicar la alegría del presente y soñar con el futuro anunciado por los ángeles; las comidas que nos facilitan el encuentro y el compartir; los adornos en domicilios y en espacios comerciales que nos recuerdan los momentos de felicidad que transmite el hecho celebrado; las felicitaciones escritas que enviamos por correo postal o a través de las ondas o pantallas para dar a conocer nuestros deseos de paz y justicia a nuestros semejantes. Y tantos pequeños detalles que exigen una preparación consciente y meticulosa durante las cuatro semanas que dura este tiempo de Adviento. También preparamos nuestro interior donde vincula la respuesta responsable al ofrecimiento del Señor.

Es cierto que no queremos pintar de color rosa nuestra realidad con empalagosas repeticiones que rozan el infantilismo. Sabemos y compartimos la preparación de la Navidad con todos aquellos que han sufrido por el fallecimiento de un ser querido o por una enfermedad grave diagnosticada, por una ruptura familiar o por haber soportado los efectos desastrosos del clima. No tenemos nada que preparar, nuestro presente es oscuro, trágico y parece no tener un futuro aceptable. Así hablan todos los afectados. Nos falta fortaleza y esperanza, tesón y buen ánimo para caminar hacia adelante. Agradecemos las grandes muestras de solidaridad a nuestro alrededor que nos ofrecen desconocidos para ayudarnos a salir del pozo de la angustia y la desesperación.

Seguramente todos estos grupos de hermanos sufrientes tendrán que preparar su corazón para acoger la gratitud hacia los demás sin perder la confianza en el Niño que nace.