Fecha: 12 de enero de 2025

Este verano, en la peregrinación con los jóvenes de la diócesis al santuario de Oropa, cerca de Turín, hubo una canción que resonaba repetidamente: «Hijo de Dios», traducida de una original en inglés. En ella encontramos la frase: «hijo de Dios; ¡Señor qué regalo que me haces!».

Posiblemente, agradecemos poco al Padre del cielo el gran regalo de ser hijos de Dios. Y realmente no es poco este regalo totalmente inmerecido que nos hace el Padre. Gracias al Bautismo, participamos de esta vida nueva, de una vida en la que entramos en la comunión entre Padre, Hijo y Espíritu Santo.

Por el Bautismo nos adherimos a la Pascua de Cristo: morimos a la esclavitud del pecado para resucitar a una nueva vida, como hijos libres. No hay mayor regalo que nos hayan podido hacer en la vida: sea a través de nuestros padres cuando éramos pequeños o hayamos sido nosotros ya de mayores. La cuestión es que la filiación divina es un don, un regalo del Padre que a través de la Iglesia, ofrece a toda la humanidad.

Por eso, debemos recordar el día de nuestro Bautismo como un gran día. Celebramos el santo, el cumpleaños, el año que nos casamos… ¿Pero sabemos el día de nuestro bautismo? Si no lo sabemos, siempre podemos acudir a la parroquia donde nos bautizaron para consultarlo. Y así podremos dar gracias a Dios especialmente ese día. Hacemos memoria de los días importantes de la vida, aunque no lo celebremos especialmente como puede ser también el aniversario de la muerte de un familiar. El aniversario de Bautismo, podemos celebrarlo interiormente en nuestro corazón, alegrarnos por el gran regalo que nos ha hecho el Padre.

Y es que entrar en esta nueva vida supone llevar nuestra vida a otro nivel. Supone que todo lo que hacemos y por donde vamos estaremos trayendo una presencia especial de Cristo en nosotros. Por el Bautismo somos templos del Espíritu Santo, del mismo Espíritu de Jesucristo, y por tanto, nos moverá a tener los mismos sentimientos que Él, hablar como Él, amar como Él, actuar como Él.

Sin embargo, el Bautismo es una semilla plantada en tierra fértil, pero que necesita agua para crecer. No es una vida que se pueda llevar al margen del Señor, que me ha comunicado una vez por todas y que no necesitamos cuidar, sino que necesita volver cada día a la fuente de esta nueva vida. Hay que alimentarla para que crezca y no quede raquítica, con la oración asidua, con los sacramentos, con las obras de misericordia… solo así nuestro regalo llegará a ser grande de verdad.

Este domingo que celebramos la fiesta del Bautismo del Señor es una buena ocasión para hacernos más conscientes de todo lo que supone haber entrado a formar parte de la gran familia de Dios, y que supone que tenemos a un mismo Padre y que el otro es mi hermano. Jesús se hizo hombre como nosotros, se hizo bautizar por Juan, para que tengamos su vida de hijos. Escuchamos hoy también la voz del Padre que abriéndose el cielo y mirándonos exclama: «Eres mi Hijo, mi amado; en ti me he complacido» (Lc 3,22).