Fecha: 19 de enero de 2025

De múltiples maneras, la mayoría de los seres humanos hacemos la experiencia de «inclinación al mal». Cuando hablamos de ello utilizamos términos como «tentación» o «seducción». Esta experiencia tiene lugar en lo profundo de cada persona, en lo que denominamos «conciencia». La conciencia advierte y afirma que el mal existe, pero no verifica que el mal tenga la última palabra.

Para explicar el papel de la conciencia, utilizamos una metáfora: cuando el poder del mal ejerce violencia sobre el bien, puede llegar a producir un sonido, una música ensordecedora que haga cada vez más difícil el silencio necesario para escuchar la conciencia. Aun así, es posible una salida. Se sabe que el estruendo de un acto exterior, de un sonido estridente es capaz de acallar todo «ruido interno» y despertarla, devolviéndola a la escucha del Bien.

Aunque a menudo permanezca arrinconado, el bien es lo más profundo, el núcleo de la persona humana. Como apuntábamos anteriormente, en la mayoría de las ocasiones, se hace necesario acceder al «santuario interior» de la conciencia para activar las energías que custodia. Las vías de acceso son dispares, pero sobre todo importa decir que son posibles. Levinas da importancia a este despertar de la conciencia, porque, si por diversos motivos, estas vías permaneciesen bloqueadas por mucho tiempo, la persona estaría contribuyendo activa o pasivamente a la persistencia del mal.

Si la conciencia es el ámbito donde tiene lugar el discernimiento, en ocasiones el mal se sirve de argucias para utilizar el discernimiento, la elección, en provecho propio. Esto resultará familiar a las personas acostumbradas a la introspección y el discernimiento de espíritus, así como a los psicólogos, psiquiatras y psicoterapeutas. Levinas nos ayuda en la tarea de desenmascarar esas argucias identificando el mal con el egoísmo del yo ansioso. Egoísmo que acontece en la paradoja del hombre libre y autónomo, como recogíamos en la presentación del pensamiento de Tomás de Aquino. El egoísmo tiene lugar:

a) Cuando el hombre, convertido por sí mismo en medida de todas las cosas, ignora o desprecia la falibilidad que le es connatural.

b) Cuando busca el sentido de todo en sí mismo, pero es incapaz de liberarse de la tendencia «autodestructora», del «instinto de muerte».

Nos es familiar reconocer estos mecanismos: basta recordar las veces en que creemos actuar bajo bue- nas razones» y somos capaces de justificar nuestros objetivos, por nocivos que sean. ¡Cuánto sufrimiento se ha infringido justificándolo bajo forma de pretender un bien! «Lo hice por tu bien», y sin embargo… así ha sucedido en la historia de división de los cristianos.

Casi todo lo que las personas hacemos repercute en nuestro entorno y supone aumento o disminución del bien a nuestro alrededor. No es posible evitar esa responsabilidad; sí es posible manipular los fines y los medios, confundirlos guiados únicamente por el egoísmo. Así se abre camino el mal, y así los hombres se dejan seducir por ese instinto que opera como «razón soberana». Sólo la humilde resistencia de unos pocos, capaz de mostrar las consecuencias y atrocidades de tal comportamiento, hace frente a la perversa dinámica de la «confusión para el mal», que la ambición y el egoísmo alimentan retroactivamente, incluso en las Iglesias.

Uno de los signos de la bondad es la unidad de los cristianos en la diversidad. La Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos del 18 al 25 de enero nos ayudará a afirmar que los cristianos no somos extraños sino hermanos. Despertemos la conciencia. El ecumenismo y la oración son portadores de reconciliación y acontecimiento de bondad. ¿Crees esto?