Fecha: 2 de febrero de 2025

El 2 de febrero, fiesta de la Presentación del Señor, celebramos la XXIX JORNADA MUNDIAL DE LA VIDA CONSAGRADA. Con el lema, Peregrinos y sembradores de esperanza. Recordamos así, y agradecemos al Señor, el don para la Iglesia y para el mundo de las personas consagradas, en su múltiple riqueza de dones y carismas que ha suscitado el Espíritu Santo, en su Cuerpo, peregrinos todos y todas de la esperanza.

Ya la Constitución dogmática Lumen gentium del Concilio Vaticano II, subrayando la importancia de este don para la vida de la iglesia, propone a su miembros la tarea que les incumbe: «Los religiosos cuiden con atenta solicitud de que, por su medio, la Iglesia muestre de hecho mejor cada día ante fieles e infieles a Cristo, ya entregado a la contemplación en el monte, ya anunciando el reino de Dios a las multitudes, o curando a los enfermos y pacientes y convirtiendo a los pecadores al buen camino, o bendiciendo a los niños y haciendo bien a todos, siempre, sin embargo, obediente a la voluntad del Padre que lo envió». (LG 46). Este mejor mostrar el rostro de Cristo, y la adhesión a la voluntad del Padre, constituyen las referencias clave de la vida religiosa, que el lema de este año sintetiza.

La vida religiosa transparenta, de alguna manera, más intensamente el rostro de Cristo a través del seguimiento y compromiso de los consejos evangélicos y de su vida en comunidad.

Es como un centelleo del Sol en medio de las tinieblas, no solo del mundo sino también de la propia iglesia. Un espejo que, aunque con sus debilidades y pecados, está puesto para que los fieles que forman la Iglesia, Cuerpo de Cristo, puedan contemplar, admirar e imitar a quienes el Señor ha bendecido con sus dones, y encontrar junto a ellos, fortaleza, consuelo y compañía, para seguir su propio camino, su propia vocación. Es una bella vocación y una importante tarea.

Nuestro agradecimiento al Señor, nos lleva como un eco ininterrumpido a los hombres y mujeres que se han entregado a la vida consagrada. Pero no solo a los que la historia ha reconocido como valiosos hombres y mujeres, o la Iglesia los ha reconocido como santos y santas, sino que el eco y el murmullo de aquellos y aquellas santos y santas de la puerta de la lado, con los que convivimos, a los que amamos, y que siguen siendo para nuestro caminar cristiano una referencia ineludible. Recuerdo especialmente a las santas religiosas, que Dios puso en mi camino, y que tanto contribuyeron a diseñar para mí el rostro de Cristo, y que tanto colaboramos en diferentes tareas apostólicas. A la comunidad de religiosas que levantaron una escuela para niños en medio de la favela construida junto al vertedero más grande de Guatemala. A las Vedrunas que acogen y promueven desde la amistad la dignidad de los migrantes en Ceuta. A Mercedarios, Salesianos, Hijas de la Caridad, Clarisas, Mercedarias de la Caridad y Dominicas tan presentes en mi vida. Rezamos estos días por las comunidades de hermanos y hermanas de nuestra diócesis y su entrega en monasterios, escuelas, hospitales, en la cárcel, en la hospitalidad, en residencias de ancianos. Fuertes y humildes. Dispuestas y entregadas hasta el final. Ellos y ellas son faros de esperanza, portadores de sentido y creadores de belleza como la hermana Regina de Montserrat.

En el mes de enero el Papa Francisco, religioso también él, ha subrayado el papel de las religiosas en la iglesia nombrando, entre otros a Sor Simona Bambrilla como primera mujer Prefecta del Dicasterio para los institutos de Vida Consagrada y las Sociedades de Vida Apostólica, (una especie de ministra del gobierno vaticano). Cuatro años antes el Santo Padre nombró a Sor Nathalie Becquart como subsecretaria del Sínodo de la Sinodalidad. Unas puntas de lanza de lo que las mujeres y el futuro de la vida consagrada puede seguir ofreciendo a la Iglesia.