Fecha: 23 de febrero de 2025
Estimado diácono:
Durante este fin de semana, Roma está acogiendo el Jubileo de los Diáconos, los representantes de Cristo servidor que, configurados con Él, recibís la consagración sacramental para ser más suyos en la Liturgia, en la Palabra y en la Caridad; allí donde la pobreza (escondida en multitud de rostros) pronuncie con fuerza vuestros nombres.
Tú, diácono permanente, eres una riqueza incalculable para la Iglesia, porque te adhieres de una manera muy especial a Cristo, quien «se despojó de sí mismo, tomando la condición de siervo» (Flp 2, 7) y dejó claro –con su testimonio de vida y sus obras– que no vino «a ser servido, sino a servir» (Mt 20, 28).
En estos momentos, mientras medito cada detalle que encarna la admirable labor escondida, reservada y silenciosa de tantos diáconos permanentes que ofrecéis hasta vuestro último latido por Cristo, pienso en la mirada del Señor en la última Cena, cuando –después de decirles a los apóstoles que Él estaba en medio de ellos «como el que sirve» (Lc 22, 27)- comienza a lavarles los pies a los doce.
Ese gesto de Jesús, capaz de rebajarse hasta lo más profundo, es el súmmum del servicio, donde descubro tu mirada de ministro del Amor.
Tú entregas tu vida en ambientes donde el Señor anhela un corazón de servicio como el tuyo. Y, por eso, eres consagrado como ministro extraordinario del Bautismo y del Matrimonio, y como ministro ordinario de la Sagrada Comunión en la asistencia a los enfermos, al calor de la Palabra de Dios y en la atención a los más necesitados, testimoniando la infinita caridad de Dios. Esta «es la vía maestra de la Doctrina Social de la Iglesia», desvela el Papa Benedicto XVI en su encíclica Caritas in veritate (n. 2).
Eres diácono de la Verdad que nos hace libres, poniendo en práctica las palabras del Señor: «Cuanto hicisteis a uno de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis» (Mt 25, 40). Y en este quehacer incansable, el Jubileo reconoce también el amor entregado de tu esposa y de tus hijos, que te acompañan en la acción misionera, discipular y samaritana que llevas a cabo en la comunidad eclesial.
En nuestra diócesis de Tortosa sois tres diáconos permanentes. Agradezco, de manera personal, vuestra labor como signos visibles y testigos auténticos de Jesús servidor, aquel que se entregó como un mendigo cualquiera para dejarnos una enseñanza eterna: quien sirve con misericordia, ternura y amor, aunque a veces sufra el dolor o la injusticia, no quedará nunca defraudado.