Fecha: 9 de marzo de 2025
Estimados hermanos y hermanas:
Adentrados en el tiempo de Cuaresma, que comenzamos esta semana pasada con el Miércoles de Ceniza, damos la bienvenida a cuarenta días de ayuno, oración y limosna.
La imposición de la ceniza nos invita a recorrer este camino cuaresmal como una inmersión más viva en el misterio pascual de Cristo, en su muerte y resurrección, mediante la participación en los sacramentos y a través de una vida marcada por una vertiente centrada en la caridad.
Nos adentramos en el corazón del Maestro para meditar sus cuarenta días en el desierto, para purificar nuestro corazón y nacer de la ceniza de donde venimos, en la Pascua prometida.
¿Qué sentiría el Señor cuando vivía esos momentos de soledad habitada? ¿Cómo sería su relación con el Padre mientras pasaba por la abnegación más profunda? ¿Cuánto amor sintió durante ese tiempo para vencer las tentaciones y estar tan cerca del Padre?
Estos días son una oportunidad maravillosa para volver a poner nuestro credo, donde nacen las verdades de nuestra fe, en los sentimientos de Jesús; y, así, a través de Él, salir a las aceras donde viven los derrotados, escuchar el sentir de los débiles, consolar a los deprimidos, acompañar a los enfermos y esperar con los que perdieron la esperanza.
La Cuaresma es el tiempo de gracia «en el que el desierto vuelve a ser –como anuncia el profeta Oseas– el lugar del primer amor» (cf. Os 2,16-17), decía el Papa Francisco en su mensaje del año pasado. Merced a esa manera de amar, Dios educa a su pueblo «para que abandone sus esclavitudes y experimente el paso de la muerte a la vida, como un esposo nos atrae nuevamente hacia sí y susurra palabras de amor a nuestros corazones».
Volver cada día al lugar del primer amor nos recuerda que somos polvo, y del polvo resucitamos si seguimos la ruta de la penitencia, la oración, la humildad, la donación y, también, la alegría, la que se regocija ante Dios y hace cantar de júbilo (cf. Sal 67 ,4)
Dios se hizo pobre «para enriquecernos con su pobreza» (cf. 2 Cor 8, 9). Este es el estilo de Jesús de Nazaret, quien se despojó de su poder y se hizo semejante a nosotros (cf. Flp 2, 7) para enseñarnos a recorrer, con una misericordia infinita, el camino cuaresmal que ahora comenzamos. Empecemos por abrazar a Cristo vivo en cada persona, especialmente en el clamor de los más débiles y necesitados, hasta el día en que volvamos a celebrar, tras el consuelo de los pueblos más pobres de la tierra, la alegría de la Pascua.