Fecha: 23 de marzo de 2025
El Papa Francisco nos recuerda que abrazar la vida es más que un acto de aceptación; es un compromiso activo de amor y solidaridad. En su encíclica Evangelii Gaudium, nos dice: «La defensa de la vida por nacer está íntimamente ligada a la defensa de cualquier derecho humano» (EG, 213). Esto nos desafía a ver cada vida como un don y a hacernos cargo de ella con acciones concretas de cuidado y justicia.
El filósofo Francesc Torralba nos recuerda que «la cultura de la vida consiste en cuidar la fragilidad del otro, protegerlo y no considerarlo un peso o una carga». No sé hasta qué punto crecemos, educamos o somos educados en el cuidado de la fragilidad. Una sociedad que normaliza el aborto, la eutanasia, la pena de muerte, las guerras y las muertes de tantos migrantes, o que asiste con impotencia el aumento de las autolesiones e intentos de suicidios en adolescentes y jóvenes ¿es una cultura que respira amistad por la vida? ¿qué progreso hay en la cultura del descarte? ¿tenemos derecho a autodescartarnos o descartar a los más frágiles? En el horizonte ético o moral del cristianismo ciertamente, no. La cultura del descarte es un fracaso de civilización. Porque ser civilizado implica hacerse cargo de los más débiles, como enseñaba la antropóloga Margaret Mead a sus alumnos a propósito del hallazgo de un fémur con callo de fractura de nuestros antepasados los sapiens. Alguien se fracturó y sobrevivió porque otro alguien cuidó y protegió a esa persona.
Cada Jornada por la Vida, la Iglesia insiste en que «toda vida tiene un valor inestimable, incluso la más débil y sufriente» (Amoris Laetitia, 83). ¿Se está quedando sola la Iglesia en la defensa de la dignidad de la vida humana en todas sus fases? No podemos ser indiferentes ante el suicidio demográfico de Occidente y la banalización del aborto provocado. Construyamos esperanza con paciencia, tejiendo en nuestras comunidades redes de cuidado, una cultura de la vida que no solo rechace la cultura del descarte o la indiferencia, sino que acoja y acompañe los procesos de quienes se sienten solos, solas, frágiles, descartados o descartadas.
La esperanza no es una idea abstracta, sino una realidad concreta que se construye con gestos cotidianos de amor y compromiso hacia adolescentes, jóvenes y mujeres. En nuestra diócesis, estos gestos están relacionados con proyectos vinculados a Cáritas, los Hogares de María, el Proyecto Raquel y otros tantos promovidos por la vida consagrada. Aquí nos encontramos, abrazando la vida, construyendo esperanza.