Fecha: 20 de abril de 2025

¡Aleluya, aleluya, aleluya! ¡Feliz Pasqua queridos hermanos y hermanas, amigos y amigas!

La Iglesia universal vuelve a constatar el mayor designio de la historia, el triunfo de la luz sobre la oscuridad, la alianza eterna que impregna este mundo de belleza: ¡Jesucristo ha resucitado! Verdaderamente, ¡ha resucitado!

Nuestro Dios «es un Dios de vivos y no de muertos» (Lc 20,38). Por eso, el Señor de la Vida viene a visitarnos como a los discípulos para anunciarnos la gloria eterna de la Resurrección: ¡La paz esté con vosotros! (cf. Lc 24, 36).

Con esta certeza de la Resurrección de Cristo, de la cual somos testigos por su infinito e inconmensurable amor (Hech 1,22), nos adentramos en un camino de esperanza que convierte la tribulación en consolación, el llanto en alegría, la duda en certeza, el miedo en confianza, la guerra en paz, la debilidad en fortaleza, la división en fraternidad, el conflicto en amistad, el rencor en amor.

Resucitar, con Cristo, es una tarea del día a día; una misión fraterna que hemos de llevar a cabo en nuestra familia, en nuestro trabajo, en nuestros estudios, en nuestras amistades y en nuestro quehacer ordinario.

El Señor abre las puertas de nuestra fe, para que seamos apóstoles y servidores del Evangelio allí donde haya un grito de desconsuelo, un cuerpo magullado o una mirada rota por la soledad. Él, después de haberse humillado hasta la muerte —y una muerte de Cruz—, ha roto las cadenas del pecado y nos ha abierto un puente hacia la vida: con las mujeres que corrieron a dar la noticia a los discípulos (cf. Mt 28,8-10), con el llanto de María Magdalena después de haberse encontrado con el Resucitado (cf. Jn 20,14-18), con Pedro y Juan corriendo hasta el lugar donde había sido sepultado (cf. Jn 20,3).

Hoy somos llamados, una vez más, a ser testigos de la presencia de Cristo Vivo, a ser reflejos de ese Amor que se dona en abundancia (cf. Jn 10,10) y se parte y reparte sin medida; al pie de la Cruz, en el Sacrificio del altar, el Banquete, o en el milagro constante de la vida.

«Si Cristo no hubiese vuelto a la vida —como dejó escrito san Pablo— vana sería nuestra fe» (1Cor 15,14). Anunciemos, pues, la alegría desbordante de la Luz que hoy nace para iluminar cada rincón de esta Tierra con su inagotable bondad.

Celebremos la gran noticia que sigue transformando el mundo: la muerte nunca tendrá la última palabra, porque el amor siempre vence. ¡Feliz Pascua de Resurrección!