Fecha: 27 de abril de 2025
Estimados hermanos y hermanas:
«Recibid el Espíritu Santo. A quienes perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos» (Jn 20, 22-23). Estas palabras que Jesús Resucitado dijo a sus discípulos después de mostrarles sus manos y su costado, nos llevan a Tomás, el Mellizo, quien dijo claramente a sus hermanos –después de que ellos le contasen lo que había sucedido en su ausencia el Domingo de Resurrección– que «si no veo en sus manos la señal de los clavos y no meto mi dedo en el agujero de los clavos y no meto mi mano en su costado, no creeré» (Jn 20, 25).
Hoy, cuando celebramos el domingo de la Divina Misericordia, el Evangelio nos presenta al Señor que aparece ante los apóstoles en el Cenáculo, con su saludo de paz (cf. Jn 20, 21). Y muy de cerca está Tomás, quien no creía que Jesús hubiera vuelto a la vida para siempre. «Si no lo veo, no lo creo», pensaba, aunque en el fondo deseaba encontrarse verdaderamente con Jesús. Y el Señor, que lo sabía, no le reprocha nada; al contrario, le hace partícipe de su amor, le mira con ternura y espera, con la misma paz que había donado poco antes a los apóstoles.
Y, tras un momento de silencio, el Señor le dice a Tomás: «Acerca aquí tu dedo y mira mis manos; trae tu mano y métela en mi costado, y no seas incrédulo sino creyente» (Jn 20, 27). Entonces, Tomás le contesta: «Señor mío y Dios mío» (Jn 20, 28). Y ahí, con el apóstol en actitud orante y plenamente contemplativa ante el Resucitado, cambia todo: «Has creído porque me has visto. Dichosos los que creen sin haber visto» (Jn 20, 29), le responde Jesús.
Este segundo domingo de Pascua nos recuerda que la misericordia que el Señor tuvo con Tomás es la misma que tiene con cada uno de nosotros, que tantas veces nos dejamos vencer por la duda y necesitamos una señal de Dios que sustente nuestra fe. Y, al final, después de muchos intentos, de tropezar, de caer y de volvernos a levantar, comprendemos que sólo «la misericordia del Señor llena la Tierra», como reza el Salmo 32.
Santa Faustina Kowalska promovió la devoción a la Divina Misericordia así: «La humanidad no conseguirá la paz hasta que no se dirija con confianza a Mi misericordia» (Diario, 300). Esta fiesta, por tanto, trae un mensaje importante de parte de esta santa: «Cuanto más grande es el pecador, tanto más grande es el derecho que tiene a Mi misericordia» (Diario, 723).
Hoy celebramos que donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia (cf. Rom 5, 20-21). El apóstol Tomás nos devuelve la esperanza del perdón, de la misericordia, de la vuelta a casa. Aquel incrédulo, después de convertirse en un fiel compañero de Cristo, dudó para, luego, dar la vida por Él, pasando de la duda al amor.