Fecha: 27 de abril de 2025

La palabra misericordia tiene siempre un significado positivo para cada persona y para las relaciones que ésta establece con los demás. No sólo por lo que dice sino por lo que encierra en actitudes, acciones y deseos del ser humano. En este domingo de Pascua la Iglesia celebra la fiesta de la Divina Misericordia, instituida por el papa san Juan Pablo II, motivada por las palabras de santa Faustina Kovalska y centrada en el pasaje evangélico en el que aparece Cristo Resucitado ofreciendo la paz y el perdón a los discípulos y, por extensión, a todos los creyentes y personas de buena voluntad en una actitud cercana y entrañable. La misericordia de Dios es fuente de vida nueva y esperanza, especialmente para aquellos que se sienten abatidos y alejados.

La fiesta de la Divina Misericordia nos invita a vivir con absoluta confianza en el amor de Dios. No se trata de una devoción particular sino de una llamada universal a abrir nuestro corazón a la gracia del Señor. En un mundo marcado por la incertidumbre, las divisiones, los enfrentamientos verbales y de acciones agresivas, el sufrimiento y la soledad, el anuncio de la misericordia es más necesario que nunca. De hecho afirmamos que Dios jamás se cansa de perdonarnos y nos pide que también nosotros seamos instrumentos de su misericordia y su perdón. Las actitudes que reflejan y promueven el perdón, la comprensión, la acogida y el servicio a los demás nos asemejan a Cristo y transforman nuestro entorno en una aceptada consecuencia de su amor. El papa Francisco nos recordaba que la misericordia es el corazón del Evangelio y que ser cristianos implica vivirla en nuestra vida cotidiana.

La Iglesia, siguiendo el ejemplo de su Maestro, debe ser un lugar de misericordia donde todos puedan sentirse acogidos y amados. En nuestra diócesis hay grupos de personas que se reúnen durante todo el año para hacer realidad en sus vidas lo que significa esta fiesta, organizada con mucho esmero en la catedral durante la tarde de este domingo.

Celebrando la misericordia de Dios nos encontramos con la fiesta de la Virgen de Montserrat, tan extendida en nuestras comunidades de Cataluña y en otras partes de la Iglesia universal. Esta coincidencia nos permite unir dos grandes pilares de nuestra fe: la confianza en la misericordia divina y el amor filial a María. Desde hace siglos gran cantidad de personas acuden a Montserrat para encontrar paz y fortaleza espiritual aunque sabemos que esa entrañable montaña es mucho más que un lugar geográfico; es un referente espiritual para generaciones de creyentes; esas piedras rocosas y ese santuario que celebra este año su milenario han sido testigo de peregrinaciones, de sentidas oraciones y de lágrimas derramadas ante la Virgen María. Muchas gentes de nuestra diócesis han experimentado esto mismo a lo largo de los años y han promovido la devoción mariana entre todas las familias de nuestros pueblos y ciudades. De hecho no hay centro de culto diocesano que no tenga un lugar privilegiado para la Virgen de Montserrat.

Ambas conmemoraciones nos ayudan a todos los cristianos en el momento presente a practicar en nuestra vida algo que parece evidente para mejorar la sociedad y evitar la continua descalificación por ideas y creencias de los demás. Todos lamentamos el enfrentamiento y los insultos hacia los llamados adversarios pero los utilizamos como arma arrojadiza para defender nuestras posiciones. Siempre pensamos que los otros son quienes crean la animadversión y las mentiras; nosotros, no. A menudo se nos olvida anteponer la dignidad de todas las personas, el perdón efectivo y continuado y la misericordia hacia quien piense distinto. Añadimos a todo esto la actitud llena de dulzura y cariño que manifiesta nuestra Madre del cielo. ¡Imitémosle!