El arzobispo de Barcelona y vicepresidente de la Conferencia Episcopal Tarraconense, cardenal Joan Josep Omella, el arzobispo de Urgell y Copríncipe de Andorra, Mons. Joan-Enric Vives, el obispo de Tortosa y secretario de la CET, Mons. Sergi Gordo, el obispo coadjutor de Urgell, Mons. Josep Lluís Serrano y los obispos auxiliares de Barcelona, Mons. David Abadías y Mons. Javier Vilanova, han asistido la mañana del sábado 26 de abril al funeral del papa Francisco en Roma.
Antes de las 10 de la mañana las delegaciones institucionales de los países asistentes pudieron realizar un momento de oración ante el féretro del Santo Padre Francisco. Más tarde, se trasladaron hasta la plaza de San Pedro para asistir a las exequias, siguiendo el ritual establecido por la Santa Sede para la muerte de un pontífice —L’Ordo Exequiarum Romani Pontificis—.
La ceremonia fue presidida por el decano del Colegio Cardenalicio, Mons. Giovanni Battista Re, y reunió a cardenales, patriarcas, mandatarios de todo el mundo y miles de fieles, que abarrotaron la plaza ya antes del inicio del funeral, por lo que esta tuvo que ser cerrada. Gran cantidad de fieles siguieron la ceremonia desde las calles adyacentes, a través de pantallas que retransmitían la señal televisiva.
El ritual seguido incluyó el color litúrgico rojo, propio de los funerales papales. Tras la exposición del Papa Francisco ante el altar de la confesión de la Basílica de San Pedro, el féretro fue llevado en procesión, flanqueado por los cardenales hasta el altar en la plaza, encabezado por el Maestro de las Celebraciones y un ceremoniero portando el Evangeliario. El Libro del Evangelio fue colocado con las páginas abiertas sobre la tapa del ataúd de quien fue el 266º Papa de la Iglesia católica.
Se leyeron diversos pasajes de la Biblia: de los Hechos de los Apóstoles, el Salmo 22, la carta de san Pablo a los Filipenses, y el Evangelio de San Juan. El Cardenal Giovanni Battista Re pronunció la homilía, recordando que en aquella misma plaza se había escuchado innumerables veces la voz del Papa Francisco. Se realizaron oraciones en seis idiomas: por el Papa, por la Iglesia, por las naciones, por las almas de todos los Papas y sacerdotes, por los fieles difuntos y por la asamblea. Tras la comunión de los fieles, se llevó a cabo el ritual Última Commendatio et Valedictio, abierto y cerrado por el Decano de los Cardenales, con oraciones, cantos y ritos orientales y occidentales que representan el último adiós litúrgico al pontífice, incluyendo la letanía de los santos y la oración particular del Cardenal Vicario de Roma, la Panikhida —una oración propia de las exequias de rito bizantino— a cargo de los Patriarcas orientales, los jefes de las Iglesias de otros ritos en comunión con Roma, y el responsorio final.
Después de un momento de oración en silencio, se procedió al incienso y la aspersión de agua sobre el féretro, y se cantó el Magnificat mientras el féretro era trasladado nuevamente a la Basílica de San Pedro, para posteriormente ser llevado en procesión por las calles de Roma hacia la Basílica de Santa María la Mayor, a cinco kilómetros de distancia, donde el Papa Francisco había pedido ser enterrado. Una vez depositado dentro de la tumba, se cantó la Salve Regina y se cerró definitivamente la sepultura.
Después del funeral, la Iglesia inicia un período de nueve días de luto, conocido como novendialis. Durante estos días se celebrarán misas en sufragio por el alma del Papa Francisco, cada una dedicada a un colectivo diferente: la Capilla Papal, los fieles del Vaticano, la diócesis de Roma, la Curia Romana, las Iglesias Orientales, los religiosos y otras instituciones eclesiales.