Fecha: 13 de abril de 2025
Estimados hermanos y hermanas:
Hoy, Domingo de Ramos, Cristo entra triunfante y glorioso en Jerusalén. Lo hace montado en un pollino, entre ramos de olivo llevados en la procesión y al grito de Hosanna, con el camino alfombrado para su llegada a modo de entronización, como acostumbraba entonces el pueblo a saludar al paso de los grandes señores.
Este domingo, pórtico de la Semana Santa, celebramos, al mismo tiempo, el anuncio de su Pasión. Y lo hacemos en el Año Santo de la Esperanza, para perpetuar que el amor más grande sale por nuestras calles para recordarnos cuán bendito es el que viene en nombre del Señor.
«Al entrar en Jerusalén, se conmovió toda la ciudad y se preguntaban: ¿Quién es éste? Éste es el profeta Jesús, el de Nazaret de Galilea –decía la multitud» (Mt 21, 10-11). Ya el profeta Zacarías había vaticinado esta escena del Evangelio: «Regocíjate, hija de Sión, grita de júbilo, hija de Jerusalén, mira, tu rey viene hacia ti, es justo y victorioso, montado sobre un asno, sobre un borrico, cría de asna» (Za 9, 9).
¿Qué significa todo esto? Que nuestro rey no ambiciona oro, ni plata, ni grandes fortunas, sino que viene revestido de sencillez, porque su riqueza no habita en nimiedades materiales, sino en el tesoro de su corazón. Sí, aunque su dominio se extiende hasta los confines de la tierra (cf. Za 9, 10).
El idioma de Jesús es el de la humildad y su autoridad no se rige por las reglas de este mundo. Él podría haber llegado perfectamente como lo hace la realeza y, sin embargo, su entrada triunfal la lleva a cabo montado en un pollino y vestido con la única túnica de la pobreza. Y lo hizo así, aun sabiendo que aquel momento era el preludio del triunfo definitivo sobre el pecado que habría de obtener a los pocos días en el altar de la Cruz.
Nuestra diócesis de Tortosa se llena de gente estos días; personas de todas partes acuden a nuestros pueblos y ciudades para reposar, para disfrutar y para encontrar esa paz tan necesaria para sus vidas. Tal vez no reparamos a pensar en lo que enseguida va a suceder y, por eso, quiero invitar a todos los diocesanos, tanto de raíz como de adopción, a vivir una Semana verdaderamente Santa, de encuentro con el Señor, siguiendo sus pasos desde esta entrada en Jerusalén, pasando por la Pasión, hasta el Domingo de Resurrección.
Seamos signos de esperanza, a imagen y semejanza de Jesús, esparciendo semillas de piedad en esos lugares escondidos donde el dolor anhela una palabra de consuelo. Sólo así, podrán decir, también, de nosotros: ¡Bendito el que viene en nombre del Señor!