Fecha: 28 de noviembre de 2021
Con el primer domingo de adviento comienza un nuevo año litúrgico y el tiempo en que nos preparamos para la celebración de la Navidad. En el ambiente de las calles se percibe la cercanía de las fiestas, pero a veces tenemos la sensación de que se piensa más en las cosas que en la preparación personal para acoger al Señor. Para nosotros los cristianos lo más importante es la actitud con la que nos disponemos a recibir a Cristo. El adviento debería ser, en primer lugar, un tiempo para escuchar más asiduamente la Palabra de Dios y para el crecimiento espiritual, conscientes de que nadie puede presumir de una vida cristiana perfecta.
En el seguimiento de Cristo no siempre avanzamos: pueden darse retrocesos, aparecer la rutina, la desilusión o el cansancio. A menudo, en la vida necesitamos comenzar de nuevo. El adviento es una invitación a un nuevo comienzo que nos permita seguir adelante con esperanza en la vida de la fe. De hecho, en la Eucaristía de este domingo escucharemos estas palabras de san Pablo: “os rogamos y exhortamos en el Señor Jesús: ya habéis aprendido de nosotros cómo comportarse para agradar a Dios; pues comportaos así y seguid adelante” (1Te 4.1).
Para ayudaros a recorrer este camino espiritual, cuya meta es que “todo vuestro espíritu, alma y cuerpo, se mantenga sin reproche hasta la venida de nuestro Señor Jesucristo” (1Te 5, 23), os ofreceré unas breves reflexiones sobre la exhortación que san Pablo dirige a los cristianos de Tesalónica: “Estad siempre alegres. Sed constantes en orar. Dad gracias en toda ocasión”. Esta es “la voluntad de Dios en Cristo Jesús respecto de vosotros” (1Te 5, 16-18). Se trata de tres elementos que deben caracterizar la vida de un cristiano en todo momento, no únicamente en momentos puntuales: debemos estar “siempre” alegres; debemos ser “constantes” en la oración; debemos dar gracias “en toda ocasión”.
El primer signo de una vivencia cristiana del Adviento es la alegría. Cuando los motivos de nuestra alegría son superficiales, es efímera, pasa pronto. En cambio, si la causa que nos lleva a estar contentos es profunda, esa alegría permanece. Un cristiano debe estar siempre contento porque ha conocido a Jesucristo. La alegría de la fe es una “alegría en el Señor” (Fil 3, 1). La fe no excluye las dificultades. Los cristianos tenemos los mismos problemas que todo el mundo, en el trabajo, en la familia, en la salud y en la vida social. De hecho, cuando contemplamos la realidad que nos rodea con ojos humanos, a menudo podemos tener la sensación de que no hay motivos para la esperanza. A pesar de todo, un cristiano debe estar “siempre” contento.
El Adviento es un tiempo para crecer en la esperanza y en la alegría cristianas: se nos anuncia que con la venida de Jesús al mundo, Dios ha cumplido sus promesas de salvación; que en el nacimiento de su Hijo se ha sembrado la semilla de un mundo nuevo; que una luz se ha encendido en la oscuridad que a menudo invade nuestro mundo y nuestras vidas; y que quienes hemos conocido al Señor somos afortunados porque sabemos que, pase lo que pase, la palabra definitiva que Dios ha dirigido a la humanidad es un mensaje de vida y de esperanza.