Fecha: 29 de noviembre de 2020
Un fuerte deseo permanece inamovible en el corazón del ser humano: vivir con autenticidad, practicar la coherencia entre pensamiento y acción y también manifestar la sinceridad de nuestros planteamientos personales. Todo eso con la pretensión de encaminar nuestros sentimientos para servir al bien común y, por supuesto, para trabajar por la dignidad de todas las personas.
Los cristianos añadimos a todo lo anterior una petición al Señor paraque nos acompañe a cumplir con ese admirable deseo y a mantener firme la esperanza en el cumplimiento de las promesas divinas y en el trabajo constante por seguirle y practicar las virtudes que nos muestra con sus palabras y sus hechos.
El tiempo del Adviento es propicio para reflexionar sobre esta doble disposición. Son cuatro semanas en las que nos preparamos para recibir al Mesías de Dios, que nos revela el designio amoroso del Padre y nos permite mirar a los demás y al futuro con la esperanza de que transformaremos nuestras vidas mejorándolas para servir a los demás con mayor intensidad. Es una preparación personal y comunitaria que exige austeridaden los modelos de vida y mucha cercanía a todos aquellos que pasan situaciones graves de necesidad.
Posiblemente alguien piense que en estos momentos trágicos en los que está sumergido nuestro mundo por causa de la pandemia no es humanamente prudente aferrarnos a la esperanza de un Redentor. Parecería más sensato esperar la aparición de una vacuna que solucione la actual enfermedadcausante ahora de sufrimientos y con posteriores e imprevisibles derivaciones en el terreno social y económico. Tristeza, miedo e incertidumbre son los componentes que con más fuerza percibimos a nuestro alrededor.Los cristianos no renunciaremos nunca a comunicar la alegría del nacimiento de Jesús.
Naturalmente los cristianos tenemos que esforzarnos en mitigar estas fatales consecuencias de esta situación con muestras de solidaridad, de ternura y de proximidad con los que más sufren. Y sólo lo podemos hacer si mantenemos el regalo de la esperanza que nos concede Dios para que, sin falsos optimismos ni esperas inactivas, fundamentemos nuestro ser y nuestro quehacer en el encuentro con Jesucristo.
La esperanza nos mantiene activos, llenos de vitalidad y dispuestos a dedicar a los demás lo mejor de nuestro corazón. Es una virtud teologal que recordamos mucho en el tiempo del Adviento y que nos evita caer en el pesimismo provocado por el pecado del individualismo, del aislamiento y del olvido de Dios que se preocupa de todas sus criaturas.
El ser humano espera conseguir todos los objetivos que se propone y para ello se afana con su inteligencia, con su esfuerzo y con su dedicación. En estos momentos y a nivel general todos esperamos que una vacuna nos libere de esta preocupación actual. Lo cual es legítimo y fácilmente comprensible. A esa espera natural su superpone o se añade la visión trascendente con la esperanza en el Señor que llega para salvarnos a todos y romper con las cadenas del pecado y de la muerte. El Adviento nos prepara para la fiesta de la alegría en la Navidad y nos abre la esperanza de la vida eterna.