Fecha: 1 de mayo de 2022
El evangelio de este domingo nos ofrece varios elementos de reflexión. Primero Jesús que se hace presente a los discípulos. Segundo, él tiene la iniciativa, actúa. Y tercero, la pregunta a Simón Pedro: al final de la vida seremos examinados en el amor.
Tras resucitar, Jesús se apareció varias veces a sus discípulos. El evangelio de San Juan nos relata una de estas apariciones, cuando los apóstoles estaban junto al lago de Tiberíades y decidieron ir a pescar.
Y Jesús se hizo presente allí en la playa, aunque ellos no le reconocieron en un primer momento. También Jesús resucitado se hace presente en nuestras vidas, aunque a menudo no le reconocemos y pensamos que estamos solos. Pero cuando Jesús les dice que tiren las redes de nuevo es cuando Juan, el discípulo amado, le reconoce.
Sin duda en aquel momento recordaron un hecho del pasado, cuando en los inicios, también habiendo estado pescando sin éxito se llenaron las redes cuando siguieron las indicaciones de Jesús. Y en aquella ocasión él había dicho a Pedro: “No tengas miedo. En adelante serás pescador de hombres. Ellos volvieron las barcas al tierra, lo dejaron todo y le siguieron”.
En medio de los problemas de la vida nos cuesta reconocer a Jesús presente y puede ser necesario recordar cómo en otras ocasiones él se ha hecho presente en nuestras vidas, nos ha acompañado, lo hemos experimentado, para revivirlo en el presente. Debemos recordar los orígenes de nuestra fe, de nuestra vida de discípulos. Y necesitamos también seguir las indicaciones de Jesús. Porque, ¿escuchamos de verdad lo que él nos dice, su palabra?
Después del desayuno que Jesús les había preparado, el Señor inicia la conversación con Pedro con una pregunta: «¿Me quieres más que éstos?» En la memoria de Pedro seguramente se presentaron sus afirmaciones asegurando que estaría dispuesto a morir por su Señor però acabó negándole por tres veces. Sin embargo le contesta: «Señor, tú lo sabes todo, tú sabes que te quiero».
Cuando leemos ahora este pasaje, no apreciamos suficientemente la riqueza auténtica del verbo “amar”. El idioma griego es muy rico en significados y tenían tres palabras para referirse al amor: Ágape, Philia y Eros.
Como nos recordaba el Papa Benedicto XVI en su carta Encíclica “Dios es amor”, la expresión “Eros” hace referencia al amor carnal, el amor de “Philia” es el amor de familia, de amistad y denota un cariño entrañable. Pero cuando en la Escritura se expresa el amor de Dios se utiliza el término “Agape”, que expresa el amor verdadero y divino. Es el amor desinteresado, amo sin esperar nada a cambio. Así ama a Dios. Aquí, el evangelista Juan utiliza el presente indicativo: ¿“agapâs me”? o sea ¿“me amas”?
Así es el amor de Dios, así es el amor de Jesús. Pero ser amado comporta una exigencia. Amor con amor se paga, dice la expresión popular. A Simón Pedro le dice Jesús: “Apacienta mis ovejas”, es la misión que le encomienda. ¿Y a nosotros? ¿Qué me pide Jesús a mí?, ¿qué espera de mí cuando me manifiesta que me ama del todo? Pensémoslo; dice San Juan de la Cruz que al final de la vida seremos examinados en el amor, como Simón Pedro.