Fecha: 12 de enero de 2025

Estimados hermanos y hermanas:

Hoy celebramos la fiesta del Bautismo del Señor, «el don de una vida nueva», lo que significa «llegar a ser, en Jesús, hijos de Dios amados para siempre», descubría el Papa Francisco hace justamente un año, antes del rezo del Ángelus.

Este día, que hemos de guardar como oro en paño en el hondón de la memoria, nos recuerda que “Dios entra en lo más profundo de nuestro ser para purificar nuestras fragilidades, sanar nuestro quebradizo corazón y, con suma delicadeza, hacernos hijos suyos para siempre, convirtiéndonos en su pueblo, en su familia, en herederos del Paraíso” (cf. Catecismo de la Iglesia Católica, n. 1279).

Volvamos el corazón al río Jordán e imaginemos a Juan el Bautista bautizando, como reza el himno litúrgico, «con el alma y los pies desnudos», desprendiéndose así de cualquier atisbo de soberbia y vanidad. Y, de repente, llega Jesús, que estaba en la fila como los demás, y le pide a Juan que lo bautice. Imaginémonos la escena por un momento. «Soy yo el que necesita ser bautizado por ti» (Mt 3, 14), responde Juan. Pero el Señor estaba allí para colmar la distancia entre el hombre y Dios y para que se hiciese verdad el proyecto del Padre que sólo podía llevarse a cabo a través de la humildad, de la mansedumbre, del abajamiento.

Jesús, con su Bautismo, desciende hacia nosotros, baja al río, siente el calor de la tierra y la reciedumbre del barro, espera como los demás, se sitúa al lado de su pueblo como uno de tantos y, desde ese momento, comienza a vivir con el alma desabrigada y los pies descalzos. Cristo se desprende de todo para sumergirse en la herida de la humanidad porque sabe que sólo así podrá sanarla con su amor.

Pero antes de abajarse para acariciar cada grieta de nuestra piel y ser bautizado como uno más del pueblo, las Escrituras relatan que Jesús «estaba orando» (Lc 3, 21). Este detalle nos recuerda la importancia de la oración para poder sobrellevar cada herida, cada prueba, cada instante. Si el Señor eleva su mirada y su corazón como plegaria al Padre hasta abrir el Cielo, ¿no será la oración el camino más corto para curar la historia llagada de la humanidad y llegar al corazón de Dios?

Dentro de un mes, del 7 al 9 de febrero próximos, celebraremos​ el Congreso de Vocaciones convocado por la Conferencia Episcopal Española​ donde tendremos muy presente la vocación bautismal: el sacramento que nos sumerge en el corazón de Cristo y nos convierte en miembros del Pueblo de Dios y en hijos amados del Padre.

Ojalá permanezcamos siempre con el alma en vela y dispuesta a escuchar la voz de Dios Padre acercándose a nuestro oído y diciéndonos desde lo alto: eres también mi hijo amado, en quien me complazco (cf. Mt 17, 5).