Fecha: 16 de junio de 2024

Como ya sabéis, nuestra diócesis cumple veinte años de su creación. Fue el papa san Juan Pablo II quien el 15 de junio de 2004 erigía la diócesis de Terrassa. Durante estos años han sido muchas las ocasiones en las que unos y otros hemos podido compartir momentos de gracia, fe, gozo y también dificultades.

Este aniversario nos plantea la necesidad de dos actitudes muy importantes como cristianos. Una es la del agradecimiento a Dios por tantos dones recibidos que nos han ayudado a caminar y a crecer. La otra es mirar adelante con esperanza. Contemplar el pasado vivido nos ilumina el presente y también el futuro, y nos hace ver este futuro con esperanza.

Si pensamos en nuestra experiencia humana y miramos con fe lo que hemos vivido constatamos que seguramente hemos tenido que afrontar momentos difíciles, problemas, desilusiones. Pero descubrimos también que el Señor no nos ha dejado nunca, que él ha estado siempre con nosotros a pesar de que nosotros no siempre le hemos sido fieles. Esto ocurrió con el pueblo de Israel y esto es lo que ocurre también en la vida de la Iglesia, tanto la universal como la de nuestra joven y pequeña diócesis de Terrassa.

Dificultades hay siempre en la vida, el combate está siempre presente, pero no luchamos solos, nunca estamos solos. Él siempre nos acompaña, y éste es el fundamento de nuestra esperanza: “Yo estaré con vosotros cada día hasta el fin del mundo” (Mt. 28, 20).  Ésta es nuestra fuerza para el camino que tenemos delante, y es muy importante recordar y tener presente que el Señor ha estado siempre en nuestro camino. Vivimos en un mundo desesperanzado, porque si no hay fe tampoco puede haber esperanza. Vivimos apegados a nuestras satisfacciones materiales. Ya sea el dinero, el bienestar, el éxito u otros ídolos que parecen que nos darán la felicidad.

La falta de fe en nuestra sociedad, la crisis antropológica en la que el mundo se encuentra sumergido, la secularización, el materialismo, la cultura dominante del individualismo, las crisis que se presentan en la propia Iglesia, y todo lo que queramos añadir, no son nada en comparación con el poder y la fuerza del Espíritu Santo presente en nosotros. “¿Quién nos separará del amor de Cristo? -dice san Pablo- ¿la tribulación, la angustia, la persecución, el hambre, la desnudez, el peligro, la muerte violenta?… Pero de todo esto salimos vencedores gracias a aquel que nos ama… (Rm. 8, 31-38).

Agradecimiento, sobre todo, a Dios que ha pensado en nosotros antes de la creación y ha querido invitarnos a formar parte de su familia y nos mantiene unidos en Cristo. Se trata, también, de mirar hacia adelante y descubrir con la luz de la fe que la mano misericordiosa del Señor está presente en la Iglesia y en nuestras vidas, y por eso afrontamos el futuro con esperanza. La transmisión del Evangelio es la gran misión de la Iglesia, de todo cristiano, y la situación del mundo nos urge a hacer presente la Palabra y el amor de Dios, a ser portadores de esperanza. María, la Virgen de la Salud, proclamada Patrona de nuestra diócesis, nos guía y acompaña en esta misión, Ella es madre de familia, Madre de la familia diocesana, Madre de la Iglesia.