Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

Hemos escuchado el primer mandamiento del Decálogo: «No habrá para ti otros dioses delante de mí» (Éxodo 20, 3). Está bien detenerse en el tema de la idolatría, que es de gran alcance y actualidad.

El mandato prohíbe hacer ídolos o imágenes de todo tipo de realidad: todo, de hecho, puede ser usado como ídolo. Estamos hablando de una tendencia humana, que no diferencia entre creyentes y ateos. Por ejemplo, nosotros cristianos podemos preguntarnos: ¿quién es realmente mi Dios? ¿Es el Amor Uno y Trino o es mi imagen, mi éxito personal, quizá dentro de la Iglesia? «La idolatría no se refiere sólo a los cultos falsos del paganismo. Es una tentación constante de la fe. Consiste en divinizar lo que no es Dios» (Catecismo de la Iglesia Católica, n. 2113).

¿Qué es un «dios» en el plano existencial? Es eso que está en el centro de la propia vida y de lo que depende lo que se hace y se piensa. Se puede crecer en una familia nominalmente cristiana pero centrada, en realidad, en puntos de referencia externos al Evangelio. El ser humano no vive sin centrarse en algo. Es así que el mundo ofrece el «supermercado» de los ídolos, que pueden ser objetos, imágenes, ideas, cargos. Por ejemplo, también la oración. Nosotros debemos rezar a Dios, nuestro Padre. Recuerdo una vez que fui a una parroquia en la diócesis de Buenos Aires para celebrar una misa y después tenía que hacer las confirmaciones en otra parroquia a un kilómetro de distancia. Fui, caminando, y atravesé un parque, bonito. Pero en ese parque había más de 50 mesas cada una con dos sillas y la gente sentada una delante de otra. ¿Qué hacían? El tarot. Iban ahí «a rezar» al ídolo. En vez de rezar a Dios que es providencia del futuro, iban ahí porque leían las cartas para ver el futuro. Esta es una idolatría de nuestro tiempo. Yo os pregunto: ¿cuántos de vosotros vais a que os lean las cartas para ver el futuro? ¿Cuántos de vosotros, por ejemplo, habéis ido para que os lean la mano para ver el futuro, en vez de rezar al Señor? Esta es la diferencia: el Señor está vivo; los otros son ídolos; idolatrías que no sirven. 

¿Cómo se desarrolla una idolatría? El mandamiento describe fases: «No te harás ni escultura ni imagen alguna […]. / No te postrarás ante ellas / ni les darás culto» (Éxodo 20, 4-5).

La palabra «ídolo» en griego deriva del verbo «ver». Un ídolo es una «visión» que tiende a convertirse en una fijación, una obsesión. El ídolo es en realidad una proyección de sí mismo en los objetos o en los proyectos. De esta dinámica se sirve, por ejemplo, la publicad: no veo el objeto en sí pero percibo ese coche, ese móvil, ese cargo —u otras cosas— como un medio para realizarme y responder a mis necesidades esenciales. Y los busco, hablo de eso, pienso en eso; la idea de poseer ese objeto o realizar ese proyecto; alcanzar esa posición, parece una camino maravilloso para la felicidad, una torre para alcanzar el cielo (cf. Génesis 11, 1-9), y todo se convierte en funcional a esa meta.

Entonces se entra en la segunda fase: «No te postrarás ante ellas». Lo ídolos exigen un culto, rituales: a ellos hay que postrarse y sacrificar todo. En la antigüedad se hacían sacrificios humanos a los ídolos, pero también hoy: por la carrera se sacrifican los hijos, descuidándoles o simplemente no teniéndolos; la belleza pide sacrificios humanos. ¡Cuántas horas delante del espejo! Ciertas personas, ciertas mujeres ¿cuánto gastan para maquillarse? También esta es una idolatría. No es malo maquillarse; pero de forma normal, no para convertirse en una diosa. La belleza pide sacrificios humanos. La fama pide la inmolación de sí mismo, de la propia inocencia y autenticidad. Los ídolos piden sangre. El dinero roba vida y el placer lleva a la soledad. Las estructuras económicas sacrifican vidas humanas por útiles mayores. Pensemos en tanta gente sin trabajo. ¿Por qué? Porque a veces sucede que los empresarios de esa empresa, de esa compañía, han decidido despedir gente, para ganar más dinero. El ídolo del dinero. Se vive en la hipocresía, haciendo y diciendo lo que los otros se esperan, porque el dios de la propia afirmación lo impone. Y se arruinan vidas, se destruyen familias y se abandonan jóvenes en mano de modelos destructivos, para aumentar los beneficios. También la droga es un ídolo. Cuántos jóvenes arruinan la salud, incluso la vida, adorando este ídolo de la droga.

Aquí llega el tercero y más trágico estado: «… ni les darás culto», dice. Los ídolos esclavizan. Prometen felicidad pero no la dan; y te encuentras viviendo por esa cosa o por esa visión, atrapado en un vórtice auto-destructivo, esperando un resultado que no llega nunca.

Queridos hermanos y hermanas, los ídolos prometen vida, pero en realidad la quitan. El Dios verdadero no pide la vida sino que la dona, la regala. El Dios verdadero no ofrece una proyección de nuestro éxito, sino que enseña a amar. El Dios verdadero no pide hijos, sino que dona a su Hijo por nosotros. Los ídolos proyectan hipótesis futuras y hacen despreciar el presente; el Dios verdadero enseña a vivir en la realidad de cada día, en lo concreto, no con ilusiones sobre el futuro: hoy y mañana y pasado mañana caminando hacia el futuro. La concreción del Dios verdadero contra la liquidez de los ídolos. Yo os invito a pensar hoy: ¿cuántos ídolos tengo o cuál es mi ídolo favorito? Porque reconocer las propias idolatrías es un inicio de gracia, y pone en el camino del amor. De hecho, el amor es incompatible con la idolatría: si algo se convierte en absoluto e intocable, entonces es más importante que un cónyuge, que un hijo, o que una amistad. El apego a un objeto o a una idea hace ciegos al amor. Y así para ir detrás de los ídolos, de un ídolo, podemos incluso renegar al padre, la madre, los hijos, la mujer, el esposo, la familia… lo más querido. El apego a un objeto o a una idea hace ciegos al amor. Llevad esto en el corazón: los ídolos nos roban el amor, los ídolos nos hacen ciegos al amor y para amar realmente es necesario ser libres de todo ídolo.

¿Cuál es mi ídolo? ¡Quítalo y tíralo por la ventana!

 

 

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