Fecha: 29 de noviembre de 2020
Hace unos días leí un artículo titulado «mercadillos navideños europeos 2020 y la nueva normalidad», una reseña de los mejores mercadillos de Navidad de Europa, que contiene sus fechas y las medidas sanitarias adoptadas por cada uno de cara a las fiestas que se acercan. Uno de ellos, el mercadillo «Adviento en Zagreb» ha sido votado como “Mejor mercado navideño de Europa” por los usuarios de European Best Destinations. En otro orden de cosas, según los medios de comunicación, nuestros políticos consideran que es muy arriesgado hacer previsiones para Navidad dada la situación, aunque el ministro de Sanidad ha asegurado que el plan de vacunación contra el Covid-19 empezará en enero de 2021.
Este es el marco social en el que comenzamos hoy un nuevo Adviento, un tiempo litúrgico que nos invita a prepararnos para recibir al Señor que viene. Venir es hacerse presente y nuestra actitud ha de ser la de hacer una parada en el camino, un tiempo de reflexión para poder captar su presencia. La seguridad de su presencia nos ayuda a ver de otra manera la vida, las pequeñas y grandes cosas que la conforman, el mundo entero. Es una invitación a comprender que podemos descubrir a Dios en los acontecimientos de cada día, en los que nos habla, en los que descubrimos su amor, en los que nos da la luz y la fuerza necesaria para seguir adelante. El tiempo de Adviento es en definitiva una invitación a descubrir al Señor, presente en nuestra vida.
Adviento es tiempo de esperanza, y nos ayuda a entender la historia y todos sus avatares como momentos de gracia, de salvación, si estamos atentos al paso de Dios y abrimos el corazón a su acción salvadora. El evangelio de hoy nos exhorta a estar atentos a la venida de Cristo, a su paso por nuestra vida. Estar atentos significa seguirlo con todas las consecuencias, sin dejarse derrotar por los imprevistos de la vida o por los problemas inevitables en el día a día. Las dificultades del momento presente y las que nos esperan en el futuro inmediato nos pueden abocar a la desesperanza. Pero el ser humano necesita esperanza para vivir. Para el cristiano la esperanza se sostiene en la seguridad de que el Señor está presente a lo largo de la vida, en todo momento, acompañando siempre, y en que llegará un día que le podremos ver cara a cara.
Es verdad que vivimos tiempos de impaciencia, en que lo queremos todo y enseguida. Al sujeto posmoderno se le hace muy difícil, pues, el arte de esperar. Cuando el tiempo está vacío de sentido, la espera se hace insoportable, y cuando la vida es como un caparazón hueco de contenido, la espera se convierte en un peso demasiado grande. De ahí la falta de paciencia consigo mismo y con los demás en las relaciones humanas; de ahí la impaciencia a la hora de solucionar las contrariedades; de ahí la incapacidad para resolver los problemas; de ahí el desánimo fácil y la falta de perseverancia en los buenos propósitos. En cambio, cuando el tiempo, las circunstancias y el mismo dolor, están cargados de sentido, la existencia entera se llena de luz y renace la esperanza, y vuelve la alegría.
Comienza un nuevo Adviento. No vivimos ajenos a la realidad ni estamos instalados en la ingenuidad o el buenismo acrítico. Somos realistas, pero realistas esperanzados, somos peregrinos que se comprometen con las causas nobles que encuentran en el camino. Vivamos intensamente el presente, en que comenzamos a recibir los dones del Señor, y pongamos la mirada en un futuro lleno de esperanza. Que la Virgen María nos ayude, pues, a vivir este tiempo con una actitud de esperanza activa.