Fecha: 9 de febrero de 2025

Cada mes de febrero, desde 1959, la ONG católica MANOS UNIDAS realiza su CAMPAÑA CONTRA EL HAMBRE. Todo lo que podamos hacer es poco para interpelarnos sin paternalismos a favor de las poblaciones más vulnerables y desfavorecidas de la tierra.

¿Qué significa el hambre en el mundo? Así lo describe el escritor y periodista argentino Martín Caparrós en un estudio publicado en 2015 que tituló El Hambre:

“En sus manuales, (los que publican expertos burócratas de países e instituciones internacionales) el grado más agudo de “la inseguridad alimentaria” es “la malnutrición coyuntural aguda”, que podemos llamar, para entendernos, hambruna. […] Son situaciones en las que no se puede plantar o cosechar, los caminos están intransitables u ocupados, el Estado no funciona. Los hambrientos se convierten en refugiados, clientes, mendigos del asistencialismo mundial. Se acurrucan en campos o en los alrededores de los centros de distribución de alimentos y esperan que les den. No tienen recursos propios, no tienen la menor autonomía: dependen de lo que hagan otros. Si esos otros dejaran de darles se morirían en unos días. A veces pasa.

Cada año de distintas formas las hambrunas afectan a unos 50 millones de personas. Parece mucho, es mucho, no es nada comparada con la “malnutrición estructural”. Es la normalidad de tantos. No se la ve pero está siempre ahí, pasa de madres a hijos, se mantiene a lo largo de décadas en los países más pobres. De un modo u otro afecta a unos 2000 millones de personas. El tercio de la población mundial. De los cuales 800 millones, el hambre en todo su esplendor, sufren de “desnutrición”.

Esta terrible situación se vive de maneras más o menos silenciadas en muchos lugares de la tierra, como lo afirmó el papa Francisco con motivo del día de la Paz del 1 de enero. Las élites económicas y los líderes políticos de la tierra, pueden, cuando tienen voluntad para ello, ir transformando estas condiciones de vida para influir en la mejora de las condiciones de vida de millones de seres humanos: COMPARTIR sus riquezas y COMPARTIR su poder para que las poblaciones todas tengan una vida más humana. Así lo hemos comprobado cuando estados fuertes y poderosos como Israel o USA, con la colaboración de otros estados, han hecho posible una tregua de la guerra en Gaza, o cuando se movilizan para suministrar alimentos, medicinas, agua, lo más básico a las atormentadas poblaciones que sufren las consecuencias de las guerras o los desastres naturales.  Los países y los sectores económicamente más fuertes necesitan nuestra colaboración y crítica para mantenerse en unos estándares éticos justos y aceptables capaces de la solidaridad y, sobre todo, capaces de revisar las causas que provocan desigualdad y hambrunas entre las poblaciones. Necesitamos cuidar la conciencia crítica que no acepte los principios ni se deje embaucar por los relatos de la cultura del descarte. La cultura del descarte es una fábrica de muerte; son el egoísmo, la ambición y la indiferencia llevados al extremo. Por eso a nivel eclesial y social no podemos permanecer indiferentes o aletargados. Para los cristianos el compartir no es una opción, es una obligación. Compartir nuestras riquezas humanas y espirituales. Nos reconocemos hijos del mismo Dios y Padre de todos, amados en Jesús, y por la fuerza del Espíritu Santo, llamados a mostrar esto en actos concretos de fraternidad y paz.

Ante una realidad tan desbordante de inhumanidad corremos el riesgo de sentirnos, de paralizarnos o dejarnos llevar por el sentimiento de impotencia. Es una tentación  habitual en el corazón y en la actitud de la mayoría. Sin embargo, hay personas que, desde la fe en Cristo o desde sus convicciones de fraternidad humana, se niegan a quedar, a caer en el sopor de una indiferencia interesada. Ahí están, y estamos. Ésa es la actitud. Todos podemos hacer algo, en la conciencia, la actitud y el estilo de vida más sobrio y generoso. Aunque no lleguemos a transformar “la malnutrición estructural”, podemos aliviar, siquiera un poco la “malnutrición coyuntural”.  Y ese mismo compartir fraterno y solidario, podrá transformar nuestra “malnutrición espiritual” en vida y seguimiento de Cristo Jesús.