Fecha: 9 de febrero de 2025

Estimados hermanos y hermanas:

La verdadera prosperidad significa compartir con los demás lo que tenemos para que a nadie le falte lo necesario. En el corazón de este sentir late la Jornada Nacional de Manos Unidas, que celebramos hoy. Compartir es nuestra mayor riqueza, reza el lema escogido por esta asociación de la Iglesia Católica en España, que nace en 1959 para la ayuda, la promoción y el desarrollo de los países más empobrecidos.

Manos Unidas, en su lucha contra la pobreza, el hambre y la desigualdad, trata de erradicar las causas estructurales que las producen. Así, a lo largo de este camino, con obras de misericordia, se va forjando el camino que conduce hacia la vida eterna (cf. Mt 25, 31-46): el programa de vida de todo cristiano.

«A la tarde te examinarán en el amor», escribió san Juan de la Cruz en sus Dichos de luz y amor. Y santa Teresa de Jesús apuntó que no sabemos amar, porque «amorcitos desastrados, baladíes de por acá, aun no digo de los malos» no son amor. ¿Qué quieren decir estos santos y místicos? Que nuestra entrega sólo será verdadera si encarnamos al Amor primero en la vida de cada día, para ser más de Cristo y para llevar a cabo un programa ejemplar, justo y humano.

Esta Campaña contra el Hambre propone el reto de compartir la prosperidad para crecer en la fe y erradicar cualquier tipo de necesidad espiritual y material. Asimismo, nos impulsa a contribuir con un corazón entregado, pues cada ofrenda nuestra redunda en un beneficio descomunal en los hermanos más necesitados. Y nos invita, nacidos del banquete del Cuerpo y la Sangre del Señor, a ser otros cristos que reman mar adentro para animar, consolar y capacitar a tantos hombres y mujeres vulnerables que anhelan un poco de amor.

Cristo nos saca de los mares de cualquier pobreza, desventura y aflicción, pero… ¿estamos dispuestos a dejarnos pescar para, después, ser pescadores de hombres?

Sigamos el ejemplo del apóstol Pedro, quien –aun estando contrariado por haber estado toda la noche bregando y no haber recogido absolutamente nada– responde a Jesús que, merced a su palabra, echará las redes (cf. Lc 5, 1-11). A Pedro le abate la zozobra, pero se fía del Señor y ocurre el milagro: «Y, puestos a la obra, hicieron una redada tan grande de peces que las redes comenzaban a reventarse […] Y llenaron las dos barcas, hasta el punto de que casi se hundían», narra el Evangelio.

Hoy, desde la barca de Pedro que es nuestra Casa, la Iglesia, salgamos a remar con Manos Unidas hacia tantas orillas que anhelan encontrar el sueño de Dios: una vida digna que viva la prosperidad, frente a una economía que alimenta el hambre y la desigualdad. Mientras haya en el mundo una sola persona herida, nuestra Casa seguirá estando vacía.