Fecha: 21 de julio de 2024

En la proximidad del Día de las gentes del mar que se celebró el pasado 16 de julio, coincidiendo con la fiesta de la Virgen del Carmen, hoy quiero compartir con vosotros una conmovedora historia marinera de Anatole France, escritor francés y Premio Nobel de Literatura. Este relato puede ayudarnos a ser Buena Nueva para nuestros hermanos y a convertirnos en compañeros de camino de todos aquellos que encontremos a lo largo de nuestra vida. Se trata de El Cristo del océano.

Cuenta el autor de este relato que, en un pequeño pueblo de la costa francesa, un padre y un hijo salieron a pescar. Desgraciadamente, el barco se hundió y murieron ahogados. Unos meses después, unos niños vieron una figura de un Cristo sin cruz que flotaba en el mar con los brazos abiertos. La corriente acercó la figura al pueblo. Los habitantes la colocaron con todo respeto en la parroquia.

Un tiempo más tarde, un chico le dijo al párroco del pueblo que había encontrado una cruz de madera en la playa. Cuando este la observó vio que en realidad se trataba de dos tablas unidas por unos clavos. Eran los restos del barco que se había hundido. En una de las tablas estaban escritas las iniciales de los pescadores fallecidos. El sacerdote pensó que, a partir de entonces, esa sería la cruz sobre la que descansaría la imagen de Cristo que habían encontrado unos meses antes.

A propósito de este bello relato quisiera compartir con vosotros algunas reflexiones. Cristo se dirige a la gente de aquel pueblo con los brazos abiertos. Lo hace como en el pasaje del Evangelio en que tomó a un niño en brazos y dijo: «Dejad que los niños se acerquen a mí» (Mc 10,14). Hoy y siempre, Él también se acerca a nosotros, nos llama por nuestro nombre y nos acoge. Hagamos de nuestras comunidades hogares donde haya espacio para todos, donde todo el mundo se sienta como en casa y pueda recibir un abrazo fraterno.

La imagen de Cristo fue colocada sobre una sencilla cruz hecha con las maderas del barco donde murieron aquellos pobres pescadores. La Cruz de Cristo está hecha de los sufrimientos de todos los hombres, especialmente de las personas más vulnerables. Es el mayor signo de amor y solidaridad de Dios con todos los que sufren. Jesús, desde la cruz, abraza a toda la humanidad.

Queridos hermanos y hermanas, ojalá que esta historia nos ayude a cargar nuestra cruz de cada día con alegría y a convertirnos, tal como dice a menudo el papa Francisco, en «caricia de Dios» para todos nuestros hermanos. Que María, estrella que guía a nuestra Iglesia, nos enseñe a estar al pie de la cruz de todos los crucificados de este mundo.