Fecha: 26 de febrer de 2023
La libertad es uno de los “valores” más en alza. Sobre todo, la libertad individual, entendida como ausencia de condicionante, como capacidad de elegir autónomamente. Lo hemos visto al tratar la relación de contraste entre el Carnaval y la Cuaresma. Aquél se entiende como libertad y ésta como sujeción estricta a las normas (esclavitud).
Contra lo que se suele pensar, no nacemos libres. Quizá nacemos con derecho a serlo (según la Declaración Universal de los Derechos Humanos). Pero la realidad es que, según hemos heredado de la tradición judía y nos ha enseñado Jesucristo, la libertad es algo que se consigue a lo largo de una historia, bien porque se ha “conquistado”, bien porque se ha recibido, o ambas cosas al mismo tiempo.
Los fariseos creían que eran libres “por derecho”, es decir, porque habían nacido como descendientes de Abraham en el Pueblo Elegido. Jesús les rebatió diciéndoles que ser libre no depende haber nacido, sino de haber realizado un proceso: seguirle a Él – conocer la Verdad – dejar que la Verdad nos haga libres (cf. Jn 8,31-32). En definitiva, que la libertad es una tarea y un don.
Si estamos de acuerdo con esto, bien puede servirnos como lema para el camino cuaresmal.
Comenzamos por el momento de “darse cuenta”, percatarnos de la realidad, reconocer las esclavitudes que nos atan. Para ello intensificamos el deseo de ser libres hasta reavivar la sensibilidad respecto de las esclavitudes que nos rodean.
Es significativo que al comienzo de la Cuaresma tengamos ante nosotros a Jesús tentado en el desierto. Él, no solo en esta escena, sino en toda su vida, fue tentado por el poder: utilizarlo, no solo en beneficio propio, sino como medio de cambiar el mundo y salvarlo.
A nosotros el poder nos viene bajo muchas y diversas formas. El poder es la capacidad de tomar una decisión y llevarla a cabo eficazmente. Queriendo ser sinceros y transparentes, hemos de reconocer que buscamos el poder, porque el poder en sí no es malo. Muchos proyectan su fe y su cristianismo como acción y lucha para transformar el mundo, realizar la utopía del Reino. Y esto, dicho así, no es posible sin poder, sin “empoderar” a un sujeto, sea personal o colectivo, quizá sin empoderar a los oprimidos. Es la forma más normal, el camino más aceptado, de todos los procesos de liberación. Incluso cuando se eligen métodos no violentos, las acciones son ejercicio de poder.
La auténtica revolución evangélica, practicada especialmente por la Iglesia de los mártires, consiste en lo que denominamos “el poder de los sin poder”. O la fuerza de los débiles que descubrió Tatiana Gòricheva cuando se hubo convertido a Cristo. Es la verdad de las Bienaventuranzas.
Aprovechemos la Cuaresma para crecer en libertad. La libertad como don es el gran regalo que el Señor nos hace. San Pablo insiste en que es la gracia lo que nos hace libres, lo que nos permite pasar de la esclavitud a la condición de hijos De Dios.
Pero, como decimos, también es conquista y esfuerzo. Y es a este esfuerzo (ascesis) a lo que somos llamados en la Cuaresma. Es como una gran marcha, que viene a resumir todo el camino de la vida. La libertad está al final, en la tierra prometida, donde seremos realmente nosotros mismos.
Mientras tanto ensayamos el esfuerzo y el gozo de ser libres.