Fecha: 2 de marzo de 2025
El próximo miércoles, con la celebración del Miércoles de Ceniza, iniciaremos la Cuaresma (del latín “cuadragésima”, cuarenta), el tiempo litúrgico de cuarenta días que prepara los cristianos para la celebración de la Pascua. Haremos camino hasta el Jueves Santo, cuando entraremos en el Triduo Pascual, y la gran solemnidad de la fiesta de las fiestas, la Pascua de la Resurrección del Señor Jesucristo, vencedor del pecado y de la muerte. Éste es un tiempo de conversión, ayuno, oración y limosna, en el que los fieles buscamos renovar nuestra relación con Dios y con el prójimo, acogiendo la luz y la esperanza que vienen del Evangelio. Así lo dice el Papa en su Bula de convocatoria del Año jubilar: “El Espíritu Santo, con su presencia perenne en el camino de la Iglesia, es quien irradia en los creyentes la luz de la esperanza: Él la mantiene encendida como una llama que nunca se apaga, para dar apoyo y vigor a nuestra vida. La esperanza cristiana, de hecho, no engaña ni defrauda, porque está fundada en la certeza de que nada ni nadie podrá separarnos nunca del amor divino”. Este tiempo de preparación de la Pascua está marcado por el recuerdo de los cuarenta años del pueblo de Israel por el desierto, camino de la Tierra prometida, y también los cuarenta días que Jesús pasó en el desierto, ayunando y valorando justamente las cosas materiales, antes de iniciar su predicación del Evangelio. Así, la Cuaresma invita a un retiro interior, a la reflexión y a la superación de las debilidades por medio de la fe, y por eso la Iglesia, poniéndonos ceniza en la cabeza, nos dice “Conviértete y cree en el Evangelio”, y también “Recuerda que eres polvo y al polvo volverás”.
Uno de los aspectos más destacados de la Cuaresma es su dimensión de esperanza, que este año, celebrando el Jubileo, debemos destacar necesariamente. Aunque el camino cuaresmal sea un camino de penitencia y sacrificio, también es un camino de esperanza que conduce a la resurrección de Cristo. La cruz no es el final, sino el paso previo a la victoria de la vida sobre la muerte. Esto da a los cristianos una profunda confianza en el amor y la misericordia de Dios. La esperanza cristiana no decepciona a nadie, porque se fundamenta en la promesa de la resurrección y en la certeza de que Dios es fiel, y no abandona nunca a sus hijos. Durante la Cuaresma, esta esperanza debe traducirse en actos concretos de perdón, austeridad, solidaridad, reconciliación y servicio generoso al prójimo. No se trata sólo de un cambio personal, sino de un compromiso comunitario hacia la transformación del mundo, según los valores del Evangelio. Por eso, la Cuaresma no es un tiempo de tristeza, sino de alegría en la esperanza. Es bueno vivirla como un camino, que nos conduce a la luz de la Pascua, donde la vida vence a la muerte y el amor triunfa sobre el pecado. En medio de las dificultades, por grandes que sean, este tiempo nos recuerda que la fe nos sostiene y que, con Dios, siempre existe una nueva oportunidad de renacimiento, de recomenzar.
Muchos en estos días están culminando su preparación dentro del Catecumenado diocesano y parroquial para ser bautizados y admitidos en la comunidad santa de los hijos e hijas de Dios, el Cuerpo de Cristo en la tierra. Si ellos se preparan con tanta fe y devoción para el bautismo que recibirán la noche de Pascua, debemos ser también todos los cristianos quienes nos preparemos para renovar nuestro Bautismo, la gran vocación recibida de parte de Dios, que nos ha perdonado, nos ha unido a Cristo, en la Iglesia, y nos ha llenado del Espíritu Santo para ser testigos vivos del amor de Cristo.