Fecha: 16 de febrero de 2025
Del 7 al 9 de febrero de 2025, el Pabellón Madrid-Arena se convirtió en el epicentro de la reflexión y celebración vocacional con el Congreso de Vocaciones: «¿Para quién soy? Asamblea de llamados para la misión«. Allí estuvo nuestra diócesis representada por 22 personas (laicos, matrimonios con sus hijos, vida consagrada, diáconos, presbíteros y yo mismo).
En la vida de nuestras comunidades eclesiales, especialmente europeas, soportamos con incertidumbre y preocupación una prolongada sequía de vocaciones a la vida sacerdotal, consagrada y en ocasiones también laical (vocación al matrimonio, a compromisos en la vida pública o parroquial, etc.). Percibimos que los cimientos sobre los que se apoya la vida de la Iglesia se desgastan o se modifican. Ante esa realidad, los lamentos no generan las nuevas vocaciones que el servicio al Pueblo de Dios y al mundo necesita. Por ello, los obispos decimos convencidos que “la promoción de toda vocación se convierte en una verdadera urgencia entre las tareas de nuestra iglesia”.
Pero ¿cómo proyectar, proponer y animar esta promoción? Potenciando una cultura vocacional transversalmente presente en todas las áreas de misión y vida eclesial diocesana. Sin capillismos y sin prejuicios. Un proyecto de misión compartida que parte del redescubrimiento del bautismo como don y tarea. Presentar sobre todo la belleza de la fe.
El ambiente cultural predominante propicia un ámbito en que priman la competitividad de cara al triunfo individual y la banalidad; nada es importante ni profundo fuera del buen vivir y la diversión. Se van imponiendo modelos de vida cortoplacistas y sujetos a las emociones, se desdibuja el compromiso definitivo con las personas o los proyectos de vida compartidos.
Ante esta situación, la cultura vocacional trata de recrear y poner en relación espacios eclesiales misioneros que irradien señales y luces de que otro estilo y modo de vivir es posible. Un estilo de vida en Cristo que humanizando y evangelizando la cultura, propone un modo de vida cristiana a menudo contracultural. Un estilo que sorprende y propone una vida humana más plena, vivida en clave de servicio desinteresado, enraizada y sostenida por el Espíritu de Jesucristo. Dentro del espacio de la cultura vocacional, puede brotar la chispa de unas preguntas que lleven a otras preguntas clave para una vida humana plenamente realizada: ¿qué quiero hacer de mi vida?, ¿para quién quiero ser y vivir?, que pueden traducirse después en ¿qué quiere Dios que haga de mi vida?, ¿cuál es el camino por el que Jesús me llama a seguirle?, ¿con quiénes?, ¿cómo ser discípulo-misionero?
Para que podamos trabajar juntos por una cultura vocacional nuestras comunidades han de creer en la promesa de Dios y en ellas mismas. Deben asumir un papel proactivo, abierto al testimonio y la propuesta, con espacios de oración y creatividad misionera, con sentido de familia y de pertenencia, con una identidad católica definida y diversa. Es decir, no sólo se trata de rezar sino también de reconocer el valor del testimonio, del trabajo en red, de formarse y, sobre todo, abrirse a una conversión del corazón y del modo de hacer; conversión relacional para profundizar en una vida fraterna evangélica y en salida. Una vida que sea misión y anuncio de la civilización del amor que Jesús propone para que este mundo sea lo que siempre estuvo llamado a ser.