Fecha: 16 de marzo de 2025

El seminario es una historia real, es la historia de unos jóvenes que se han sentido llamados por Dios y lo han dejado todo, todo, presente y futuro, para ir con Jesús y hacer lo que él hizo. Es la historia real de un misterio de amor del que a menudo no somos muy conscientes y que no valoramos ni apreciamos lo suficiente.

Dice el evangelio de san Mateo que Jesús, un día, «caminando junto al lago de Galilea vio a dos hermanos, Simón, el llamado Pedro, y su hermano Andrés que tiraban las redes al agua. Eran pescadores. Jesús les dice: Venid conmigo y os haré pescadores de hombres. Ellos dejaron inmediatamente las redes y le siguieron…» (Mt 4, 18-22).

Nos hemos acostumbrado y nos parece normal que haya sacerdotes y seminaristas. Pero ¿de verdad nos parece normal esto?, ¿nos parece normal que haya un sacerdote en la parroquia, en cada parroquia? La realidad es que no lo es de normal. Es un misterio de la gracia. Nos falta admiración y agradecimiento por lo que Dios hace en la vida de unos hermanos nuestros para entregar toda la vida al servicio del evangelio, al servicio de Dios y de los demás.

Los apóstoles Pedro y Andrés y después el resto de los doce recibieron una llamada de Jesús, pero la verdad es que todos hemos recibido una llamada, todos tenemos una vocación, todos somos frutos de una llamada de amor. La vida es vocación, que significa llamada. Esta es la conclusión del Congreso de Vocaciones que hace unos días se ha celebrado con el objetivo de valorizar el sentido de la vida como vocación. Primero hemos recibido la llamada a la vida, después al bautismo, y esto con la llamada a un camino concreto para cada uno, un camino personal, único e irrepetible porque nadie puede hacerlo por mí este camino, solo yo. La vocación universal a la santidad es el objetivo de nuestra vida: vivir con el Señor, conocer su amor, vivir como hijos de Dios sabiéndonos y sintiéndonos amados por él, comunicando este amor a los que nos rodean. La llamada a vivir con él es lo que también llamamos vocación a la santidad. Y dentro de esta llamada Dios nos da un camino concreto para cada uno, una vocación concreta. Y el sacerdocio es la vocación a consagrar toda la vida a Dios unido a Cristo Sacerdote.
El ministerio sacerdotal es, pues, una llamada dentro de la llamada. Una vocación de servicio a los hermanos, a ser portadores del amor de Dios y de su gracia salvadora. La llamada a una consagración de toda la vida y de todo su ser a Jesús, como hizo él; a rezar por los hermanos y a orar a Dios en nombre de los hermanos, a alabarlo en nombre de la creación, a ofrecer la vida como sacrificio en el único sacrificio redentor del amor de Cristo.

Un año más llegamos al «Día del Seminario», día para orar y ayudar materialmente también a aquellos que se están preparando para vivir esta llamada y para aquellos que el Señor quiere llamar a este ministerio. Decía San Juan María Vianney, el rector de Ars: «el sacerdocio es el misterio del Corazón de Jesús». Porque la vida de cada sacerdote, de cada presbítero y de cada diácono es un misterio del amor de Dios, del amor de su Corazón a los hermanos.

Sí, la vida de cada uno de los que se preparan y de los que ejercen el ministerio sacerdotal es una historia real y una manifestación del amor de Dios al mundo. Él ha tomado sus vidas para hacérselas suyas, quiere revivir su vida en cada uno de ellos. Demos, pues, gracias a Dios por el don de los sacerdotes y oremos todos, toda la comunidad cristiana, para que el Señor les dé fuerzas para serle fieles y llame a muchos a seguirle en este camino.