Fecha: 15 de septiembre de 2024

El diálogo, que quizá el ambiente vacacional ha favorecido, forma parte del ser cristiano en el mundo y puede resultar una experiencia muy provechosa para uno mismo y para la Iglesia.

El mes de julio pasado nos llegaron dos noticias provenientes del mundo de la cultura, que en el fondo despertaban una reflexión semejante desde el punto de vista de la fe. Hemos aludido a la muerte del original creador Bill Viola. En paralelo se nos informa del “muralista” Aryz, igualmente original, que roza también el mundo del espíritu y, en cierto modo (al menos explícitamente), el mundo de la fe.

Este artista, como en muchos otros casos de creadores de belleza, parece que tiene su propio itinerario, un camino de descubrimientos y maduración. Desde “grafitero” de paredes casualmente desnudas, donde pretendía “dejar el ambiente ciudadano algo mejor que las paredes desnudas y sucias”, hasta comprender que la pintura es un acto comunicativo. Un acto comunicativo de algo “humano”, que va más allá de lo puramente formal, del consumo superficial de lo meramente agradable, algo más que un adorno, que acompaña un objeto material haciéndolo más atractivo… Ese algo humano, para él son valores fundamentales en la vida, y que son tan olvidados en la realidad (no en los discursos) como necesarios.

En este camino descubre que su trabajo ha de tener su lugar apropiado, no tanto en un museo, donde la visualización de la obra artística se ofrece a quienes adrede la buscan y “consumen”, sino en espacios que estén abiertos a todos y donde la obra artística forme parte de un ambiente, podría decirse “contemplativo”, de búsqueda de esos mismos valores.

De ahí que, habiendo obras suyas en muchos países, desde Estados Unidos a China, haya conseguido poner sus pinturas en templos significativos en España, en Portugal e Italia. Se ha podido contemplar en la parroquia del Pi, de Barcelona, su versión de una “Piedad”.

Es también un personaje que invita al diálogo. Porque, al tiempo que constituye una verdadera manifestación del espíritu creador humano actual, trabaja en el ámbito del espíritu, donde la humanidad (así lo creemos) es más auténtica y donde el Evangelio resulta más significativo.

Quizá esa coincidencia en el mismo día de la noticia de la muerte de Bill Viola y el reportaje sobre Aryz hizo despertar una misma reacción en el corazón creyente: esa mezcla de gozo y lamento que vivimos en el diálogo con la cultura actual desde la fe.

Según sus propias palabras, afirma que “la Iglesia ha hecho mucho daño a lo largo de la historia… y no soy una persona religiosa…, pero la Iglesia es una de las pocas instituciones de esta sociedad que promueve valores como el amor… En la Iglesia siempre hubo gente mala y también gente que de verdad cree en estos valores”. Frente a un museo, las iglesias son edificios eternos, abiertos a cualquiera que busca esos valores como la paz. Dialogando con la belleza de los edificios y las imágenes, él pretende aportar algo nuevo a la mirada del buscador de esos valores.

Es una verdadera lástima que estos artistas se queden en el umbral del gran misterio de la vida; que sostengan una imagen tan reducida de la Iglesia como una institución portadora de valores; que tengan que subrayar “el daño que la Iglesia ha hecho”, sin preguntarse cuál es el fundamento de la belleza y el arte que encierran los templos. Como si eso del amor y de la paz fueran unos “añadidos” a la fe cristiana…