Fecha: 3 de enero de 2021
Estimados y estimadas,
Desde el año 1968, por voluntad del papa san Pablo VI, estamosconvocados al inicio del nuevo año a orar por la paz. El año desconcertante y convulso que ha acabado debería remover nuestras conciencias para implorar con más firmeza el don de la paz. Y esta paz debe comenzar en nuestros propios corazones, a fin de poderla comunicar a los que nos rodean. «No se turbe vuestro corazón, creed en Dios y creed también en mí», nos dice Jesús (Juan 14,1). Para nosotros, los cristianos, el afán de la paz no se encuentra ligado a objetivos políticos ni a decisiones que emanen de asambleas, sino que se inscribe en el corazón mismo de nuestra fe, en esta afirmación que Dios, en Cristo, ha destruido los muros que nos separan, ha reconciliado al ser humano con su Creador, y ha puesto así los fundamentos de toda reconciliación entre los pueblos.
Las celebraciones de la Navidad de estos días, a través del canto de los ángeles, nos han invitado a celebrar la gloria de Dios en el cielo y a proclamar con pasión y esperanza su «paz a los hombres que él ama». Jesús ha designado el ministerio de la paz como una de las grandes bendiciones de Dios: «… los que trabajan por la paz, … serán llamados hijos de Dios» (Mateo 5,9). En nuestras relaciones familiares y sociales, estemos este año más atentos particularmentea este mensaje de paz, a la promesa de su realidad y en la obra a la que el Señor nos llama en medio de los momentos que estamos viviendo.
«Si el Señor no construye la casa, en vano se cansan los albañiles» (Salmo 127,1). La paz auténtica sólo puede ser obra del Señor. ¡Seamos más dóciles al Espíritu Santo! Seamos más esperanzados y confiemos más en la gracia de Dios y en la acción del Espíritu Santo en nuestras vidas. Es él quien obra en la Iglesia y en nosotros mismos. Si la paz no nos viene de la presencia del Espíritu Santo que ilumina la inteligencia y endulza los corazones, será muy difícil de atravesar las barreras ideológicas que encierran hoy cada uno en sus posiciones y excluyen toda posibilidad de entendimiento. La paz auténtica es siempre obra del Señor. Entonces, como fruto de nuestra oración sincera, podremos decir: la paz es posible. Porque Dios en Cristo ya ha atravesado las barreras más impenetrables.
Afirmar la paz es contribuir ya a su realidad histórica. Pero podemos todavía hacer más: podemos mantener los contactos con los que nos rodean y limar nuestras propias diferencias, podemos evitar la demonización del otro y hacer que las convicciones personales no sirvan para atizar el odio. En la contemplación de la cruz de Jesucristo debemos encontrar la fuerza para renunciar a nuestras pretensiones de superioridad y de aceptarnos unos a otros como pecadores en busca del perdón, como unos hermanos y hermanas en busca de la reconciliación. Ante la locura de un mundo capaz de destruirse a sí mismo, afirmemos la locura de la cruz, de la no violencia, del gesto de aquel que presenta la otra mejilla, de la mano extendida, de la certeza de que el Señor aún reina. Pero, por supuesto, ¡debemos recordar que reina desde la cruz!
¡Dichosos los que trabajan por la paz! Que tengáis en el corazón la paz que nos trae el Señor para poder comunicarla a los demás. Con este deseo, que tengáis un muy buen año; al menos mejor que el que acabamos de pasar.