Fecha: 2 de junio de 2024

La fiesta que celebramos hoy, Corpus Christi, el Cuerpo y la Sangre de Cristo, nació en la época medieval, en el año 1262, para resaltar la centralidad de la presencia de Cristo en la Eucaristía y para Su veneración pública frente a algunas corrientes que negaban esta verdad. Posteriormente, a partir del año 1316, esta fiesta se extendió por la mayor parte de Europa.

La procesión del Corpus es el antecedente de los actuales pasacalles de muchas fiestas mayores que han tomado los elementos culturales y simbólicos que le acompañaban. Ha sido la manera de expresar la alegría y el agradecimiento por esta presencia del Señor en medio de nosotros, expresión que se mantiene en muchos de nuestros pueblos y ciudades como manifestación pública de la fe por las calles.

Esta fiesta nos ayuda a reflexionar y celebrar la presencia de Dios entre nosotros que ha querido quedarse de forma sacramental en el pan y el vino, su cuerpo y su sangre, como expresión de su amor y donación, por la salvación de la humanidad. Corpus Christi nos sitúa en el contexto de la Última Cena, inicio de su total donación en la Cruz. Un contexto de tensión y de dolor, pero también de manifestación de amor y amistad: «Nadie tiene un amor mayor que el que da la vida por sus amigos… A vosotros os he dicho amigos, porque os he dado a conocer todo lo que he oído a mi Padre» (Jn. 15, 13-16).

Él nos ha manifestado ciertamente ese mayor amor dando la vida, pero aún ha hecho más, ha querido quedarse con nosotros. Pese a que somos lo que somos, Él quiere permanecer con nosotros y nos invita a quedarnos nosotros con él.

Pero esta celebración nos lleva también a compartir lo que hemos recibido con nuestros hermanos más necesitados. Por eso esta fiesta va íntimamente unida al día del amor fraterno que celebra Cáritas, como presencia de Jesús a través de la Iglesia en favor de los más necesitados, vulnerables y desfavorecidos de nuestra sociedad.

El lema de este año de Cáritas, «Donde nos necesitas. Abrimos camino a la esperanza», debe recordarnos que somos presencia de Jesús para nuestros hermanos. No se puede ser cristiano y pasar de largo de las necesidades de los demás, tal y como nos indicó Jesucristo en su discurso sobre el juicio final (Mt 25, 31-46).

Agradezco como obispo diocesano todo este trabajo que se está realizando para mostrar que el amor fraterno no es cosa de un día solo, sino que es a lo largo de todo el año que los cristianos debemos testimoniar el amor de Dios con obras y hechos. Agradezco también todo el apoyo económico que muchas personas, creyentes o no creyentes, e instituciones, hacen con sus aportaciones. Y agradezco el esfuerzo que se hace desde las parroquias, comunidades, Cáritas y otras instituciones, para dignificar esta fiesta como expresión de nuestra fe que nos debe llevar a darnos a los demás. Y cuando ese día contemplamos a Jesús en la Eucaristía, pensamos que se ha quedado para hacer presente su amor a todos, especialmente a los que más lo necesitan, y que nosotros debemos hacer lo mismo.