Fecha: 22 de septiembre de 2024

¿Por qué el Papa Francisco ha querido dedicar un año a la oración? ¿Es tan importante la oración? De hecho, esto es como si nos preguntáramos si es importante respirar, respirar bien. Lógicamente, todos diríamos que sí lo es, que, si no respiras, te ahogas, e incluso te puedes morir.

Del mismo modo, la oración, en cualquiera de las muchas formas de realizarse es indispensable para el cristiano. Por eso, recordando que todavía estamos en el año de la oración y que nos disponemos a vivir el Jubileo del año 2025, empezando además un nuevo curso, nos iría bien a todos hacer una revisión de nuestra oración y a la vez valorar qué importancia damos en la práctica a esa dimensión de nuestra vida cristiana.

Si ser cristiano es vivir la amistad con Dios, orar es la comunicación del corazón necesaria en toda amistad auténtica; y más aún en esta amistad que Dios nos ofrece. Jesús oraba cuando estaba en la tierra porque el amor a su Padre le llevaba continuamente a esta comunicación de amor.

Esto significa que la vida cristiana, la vida de bautizados, es una vida de relación con Dios como hijos, una vida de amistad con aquel que sabemos que nos ama, una relación, una comunicación de amor. Y toda verdadera amistad requiere dedicarle tiempo. No nos excusemos diciendo que no tenemos tiempo, todo el mundo tiene tiempo para aquel a quien ama. La vida de amistad con Dios requiere tiempo para la comunicación, para compartir, para vivir una confianza mutua.

El año de la oración no nos propone, de hecho, ninguna novedad; más bien nos recuerda un aspecto de nuestra vida de hijos y un ofrecimiento que Dios hace a los hombres creados por él. Porque la oración no es iniciativa nuestra, no es ocurrencia nuestra. Desde el principio, ya en la creación del mundo, en la creación de Adán y Eva, vemos cómo Dios habla con los hombres y ellos hablan con Dios porque incluso desde una situación de pecado Dios quiere y espera nuestra oración. A lo largo de toda la historia de la salvación siempre ha mantenido este ofrecimiento de comunicación, de intimidad con los hombres a pesar de su infidelidad.

Y esta relación de amistad entre Dios y los hombres ha llegado en Jesucristo a un punto culminante al venir al mundo y cuando tomando una naturaleza humana como la nuestra nos ha hablado con voz humana: «En muchas ocasiones y de muchas formas, Dios había hablado por boca de los profetas; pero en estos días, que son los definitivos, nos ha hablado a nosotros en la persona del Hijo, por medio del cual ya había creado el mundo y al que ha constituido heredero de todo.» (Hbr 1, 1).

Dios nos ha hablado, nos habla y nos ofrece participar en su diálogo de amor con el Padre del cielo. También Jesús oraba como vemos en el evangelio: «Por aquellos días, Jesús se fue a la montaña a orar, y pasó toda la noche orando a Dios» (Lc 6, 12). Jesús oraba y enseña a rezar a sus discípulos, nos enseña a nosotros con su ejemplo y sus palabras: «Una vez, Jesús oraba en cierto lugar. Cuando hubo terminado, uno de los discípulos le dijo: Señor, enséñanos a orar, como Juan enseñó a sus discípulos. Él les dijo: Cuando oréis, decid: Padre, santifica en tu nombre…» (Lc 11, 1-4). Por eso podemos decir con verdad que es el mismo Jesús quien nos ofrece e invita a la oración.

Cada uno debe encontrar su camino de oración, de cómo hacerla, de cuándo o dónde hacerla. Pero no es posible vivir como cristianos sin la oración. Pensémoslo, revisamos nuestra oración, enseñemos a nuestros hermanos a orar, acompañémoslos a esta fuente de agua viva, aprendamos y enseñemos a nuestros hermanos desde pequeños a vivir como hijos con el Padre del cielo, con Jesús, con el Espíritu Santo, en esa relación de amor que es la oración.