Fecha: 30 de marzo de 2025

Nos encontramos de lleno en el tiempo de Cuaresma. Hace algún tiempo leí una preciosa anécdota que nos puede ayudar a vivir con profundidad estos días que preceden a la Pascua. 

Un joven monje preguntó al abad de su monasterio por qué insistía tanto en que debían vivir la pobreza. Entonces el abad le pidió que le acompañara a una gran sala que estaba llena de libros. El monje quedó maravillado al verla, pues él siempre había aspirado a poseer una gran biblioteca. 

El abad le dijo que podía coger todos los libros que quisiera. El monje cogió tantos que casi no podía con ellos. A continuación, el abad le pidió que le diera un abrazo. El monje, evidentemente, no pudo. En ese momento el joven comprendió la lección: la riqueza no es acaparar cosas que nos gustan. La verdadera riqueza es tener los brazos abiertos y tener espacio para los otros.  Abramos nuestro corazón y tengamos siempre un espacio para acoger a Dios y a nuestros hermanos. Esta actitud hacia los demás nos hará muy ricos, ricos de espíritu y de humanidad. 

En este tiempo de Cuaresma pidamos a Dios que nos enseñe a ayunar de todo lo que nos aleja de nuestro prójimo. El verdadero ayuno nos ayuda a amar a nuestros hermanos, sobre todo a los más vulnerables. El profeta Isaías nos lo dice bellamente con estas palabras: el ayuno que Dios quiere es que partamos nuestro pan con el hambriento, que liberemos a los oprimidos, que tendamos la mano a nuestros semejantes. De este modo curaremos nuestras heridas, brillará nuestra luz en las tinieblas y el Señor nos guiará siempre (cf. Is 58, 6-11). 

Si estamos dispuestos a abrazar y a acoger a los demás, estaremos más cerca de Cristo. Él quiere tener una relación personal con cada uno de nosotros. Somos sus amigos. Cuando creamos que nadie nos escucha, que nadie nos valora, pensemos que Él es capaz de reconocer cada pequeño acto de amor que hagamos, tal como hizo con la viuda pobre del Evangelio (cf. Mc 12, 41-44). 

Siempre me ha impresionado una imagen que se encuentra en el interior de las catacumbas de Roma. Representa a un hombre que reza con las manos abiertas. La imagen nos recuerda que todos somos mendigos del amor de Dios. Si nos presentamos ante Dios con las manos vacías, Él las estrechará con ternura y llenará de amor. 

Queridos hermanos y hermanas, pidamos al Señor que la práctica del ayuno de estos días despierte en nosotros el hambre de Dios. Él es el único que puede saciar nuestros anhelos más profundos.