Fecha: 10 de enero de 2021
Estimados y estimadas,
Cada año, la fiesta del bautismo de Jesús nos lleva a reflexionar sobre nuestro propio bautismo, que nos ha hecho hijos adoptivos de Dios. Por él, Dios se ha plantado en nuestro corazón, poniendo dentro de nosotros el sello de nuestra pertenencia a Él. Esto nos debe llenar de una gran alegría. Y, como es obvio, esta reflexión nos lleva también a valorar la importancia del bautismo de nuestros pequeños.
¿Se deben bautizar a los niños recién nacidos? No sólo es correcto, sino que es lo más natural. Me dirijo, ciertamente, a los padres que son cristianos. No sé de ningún padre que regatee a su hijo lo que le puede ser un bien. Y la amistad y la vida de Jesús son siempre un bien, para los mayores y para los pequeños.
Cuando el bautismo se contempla de puertas para adentro, queda reducido a un acto social; talmente la inscripción a un club, que no añade nada fundamental a la persona. Queda la tranquilidad de haber cumplido con un rito tradicional en la familia y en la misma cultura occidental. Pero el bautismo es otra cosa. Tiene unos espacios más abiertos y una realidad más profunda. Por el bautismo Jesús nos introduce a su familia, en la que Dios es Padre. Nos hace pasar hacia la vida de Dios, hacia su luz y su gracia. El bautismo nos une a la vida de Jesús resucitado. Esto se realiza por la oración y los signos de la Iglesia, que nos vienen de la tradición más antigua.
A veces me preguntocómo deben leer el Evangelio aquellos padres cristianos que retrasan el bautismo de su hijo y se encuentran con la escena de Jesús cuando, dirigiéndose a los discípulos que no dejaban a los niños acercarse al Maestro, los reta diciendo: «Dejad que los niños se acerquen a mí: no se lo impidáis, pues de los que son como ellos es el reino de Dios» (Mc 10,14).
Como he dicho, el bautismo no es la inscripción a un club. Es la entrada a una familia, la participación en la vida de un pueblo: el Pueblo de Dios. La partida de bautismo es sólo la testificación de un acto. En cambio, el bautismo conlleva unas exigencias, dado que la vida siempre conlleva unas exigencias. ¿Y cuáles son estas? Por parte de la Iglesia y de los padres está el compromiso de ayudar al niño a conocer y valorar su condición de hijo de Dios. Por parte del bautizado, se trata de aceptar la nueva realidad, a medida que madura su responsabilidad. Naturalmente que debe ser una aceptación libre, a partir de una educación ilustrada. En el caso del rechazo —si el chico da la espalda a la fe cuando se hace mayor—, los padres no deberán arrepentirse nunca de no haber procurado a su hijo lo que para él es la mejor dote, la fe.
Hoy se retrasa excesivamente el bautismo de los niños. Cuando se ama y se valora el amor de Dios hacia nosotros, no hay razones para aplazarlo. Únicamente tiene sentido cuando los padres quieren tomarse un tiempo para prepararse para hacer las cosas bien; para repensar qué significa para ellos seguir a Jesús. Si la Iglesia hoy pide más preparación para recibir los sacramentos, no la mueve ningún afán de organizar una carrera de obstáculos. Lo hace para ayudar a tomar con la máxima conciencia las decisiones verdaderamente importantes.
Vuestro,