Fecha: 11 de diciembre de 2022
Desde el principio de la creación, Dios ha estado siempre presente en la vida de los seres humanos. Y desde el principio también se comprometió con ellos a través de unos pactos que conocemos con el nombre de “Alianzas”. Noé, Abraham, Moisés y otros fueron hombres escogidos por Dios para recordar su presencia en medio del pueblo de Israel. Dios recordaba a través de estos patriarcas el camino verdadero para vivir en paz y al mismo tiempo también su compromiso de acompañarlos siempre y hacía “Alianza” con su pueblo. Porque la Alianza es un pacto, un compromiso, y Dios ha sido siempre fiel a su compromiso, incluso cuando el pueblo le daba la espalda y se rebelaba contra él.
La Alianza de Dios con su pueblo y con la humanidad ha llegado a su momento más grande, más culminante, en Jesús, el Hijo de Dios hecho hombre, nacido en Belén y que dio su vida en la cruz y resucitó para darnos su vida.
Pero los hombres, los del Antiguo Testamento y los de ahora rehuimos el compromiso, preferimos dejarnos llevar por los gustos y conveniencias. “Si me interesa, si me conviene, si más adelante lo veo más claro”…, son reacciones y expresiones habituales hoy.
Y una consecuencia de la falta de compromiso es la falta de confianza también. No hace mucho tiempo que la palabra dada o un apretón de manos era suficiente para sellar un compromiso, e incluso para hacer negocios de importancia. Pero ahora nadie confía en nadie, y poca gente llega a comprometerse de verdad.
Tenemos miedo al compromiso, tenemos miedo a atarnos, a perder nuestra libertad. Miedo al matrimonio de por vida, miedo a darnos del todo en el sacerdocio o en la vida consagrada, miedo a tener hijos, miedo a ofrecer nuestra ayuda o colaboración, nuestro tiempo. Un día sí, un poco sí, puntualmente, de vez en cuando, como una excepción, pero ¿“para siempre”?
La realidad es que toda vida está hecha de compromisos. La vida humana se basa en el compromiso y la confianza. Desde que nacemos vivimos de la confianza, confiamos en los padres, confiamos en los maestros, confiamos en los amigos, en el comercio, en las instituciones económicas, etc.
No hay duda de que Dios, al venir al mundo, al hacerse hombre como nosotros, nos ha manifestado su amor, pero también su confianza en nosotros los hombres. Confió en María la Virgen por ejemplo y en San José, así como en los apóstoles. Confió en el pueblo judío también, su pueblo, con el que repitió muchas veces su compromiso, su Alianza, aunque muchos de ellos después le traicionaron, como también lo hemos seguido haciendo nosotros a lo largo de todos los tiempos.
La fidelidad de Dios para con los hombres y su confianza se tradujeron, se concretaron en el mayor compromiso con la humanidad. Hecho hombre con una carne como la nuestra, compartiendo la vida humana, hecho en todo igual a nosotros menos en el pecado, y hasta dar la vida a la cruz. ¿Puede haber mayor compromiso?
Pensemos que este niño que adoraremos en la Navidad y que enternece nuestros corazones es el mismo que después murió en la cruz, fiel a su compromiso.
Compromiso y confianza, son dos realidades que iluminan la venida de Dios al mundo, la Navidad, y también nuestra vida. No tengamos miedo, viene a ofrecernos su amistad. «Ven Señor Jesús» es el grito del Adviento.