Fecha: 19 de mayo de 2024
Estimadas y estimados, hoy es Pentecostés, la fiesta del Espíritu Santo en la vida de la Iglesia y en cada uno de nuestros corazones. Es san Agustín quien comunicó a la tradición católica la admirable enseñanza del Espíritu como el «Maestro interior», que, sin su secreta instrucción, las palabras de la predicación evangélica o, incluso, el mismo texto sagrado, no nos permitirían descubrir y asimilar toda la verdad que transmiten. Dice así: «El sonido de nuestras palabras hiere el oído, pero el maestro se encuentra dentro […]. ¡Cuántos saldrán de aquí sin instruirse! En cuanto a mí, he hablado para todos; pero […] a quienes el Espíritu Santo no enseña interiormente, se vuelven sin haber aprendido nada. El magisterio externo consiste en ciertas ayudas y avisos. En cambio, quien instruye a los corazones tiene la cátedra en el cielo[…]. En vano vociferamos si no os habla interiormente aquel quien os creó, os rescató y os llamó y habita en vosotros por la fe y el Espíritu Santo» (Exposit. 1 Epist Ioan., 3, 13 y 4,1).
Es el Espíritu Santo quién nos lleva hacia Cristo en la vida de la Iglesia. Aunque aparentemente pueda resultar paradójico, quien conduce a la profundidad del misterio de Cristo lleva, al mismo tiempo, a la novedad. Se trata de la «novedad de Cristo», que proclamaba san Ireneo (Adv. Haer., 3, 17, 1); o «el hombre nuevo», que ―aludiendo al pasaje del Evangelio― es «el vino nuevo» que tiene que ir en «odres nuevos» (cf. Mt 9,17). De aquí que la verdad que se atribuye al Espíritu Santo es una verdad siempre en crecimiento. Es decir, el Espíritu no viene tan solo a animar una institución totalmente determinada en sus estructuras, sino que, además de guardar la fe verdadera, actualiza y comunica en cada momento «un lenguaje digno de Dios». Es lo que dice Jesús a sus discípulos: «Cuando os conduzcan a las sinagogas, ante los magistrados y las autoridades, no os preocupéis de cómo o con qué razones os defenderéis o de lo que vais a decir, porque el Espíritu Santo os enseñará en aquel momento lo que tenéis que decir» (Lc 12,12). Por eso, san Ireneo puede afirmar: El Espíritu «conserva el depósito precioso [de la fe] guardado en un recipiente de buena calidad, depósito que rejuvenece y hace rejuvenecer incluso al recipiente que lo contiene» (Adv. Haer., 3, 24, 1). El Espíritu guía a la Iglesia en la verdad y hacia una mayor comprensión de la verdad, rejuveneciendo en cada momento a la comunidad eclesial. Por eso también, escogí como lema episcopal que «el Espíritu hace joven a la Iglesia». A la luz del texto capital de san Ireneo, y por su fuerza inacabada, el obispo Ignacio Hazim, metropolitano de Latakia (Siria), en la convención ecuménica de Uppsala de 1968, indicando como el Espíritu nos hace ir más allá de la letra del Evangelio, afirmó: «Sin el Espíritu Santo, Dios queda lejos, Cristo queda en el pasado, el Evangelio es papel mojado, la Iglesia simple organización, la autoridad es tiranía, la misión una propaganda, la liturgia simple rito y el amor cristiano una ética asfixiante. Pero con el Espíritu y en una sinergia indisociable, el cosmos es liberado y gime en el alumbramiento del Reino, Cristo resucitado se hace presente, el Evangelio es fuerza de vida, la Iglesia muestra la comunión trinitaria, la autoridad un servicio liberador, la misión un nuevo Pentecostés, la liturgia memorial y anticipación, y la acción humana divinizante».
Santa Pascua de Pentecostés.