Fecha: 13 de octubre de 2024

Estimadas y estimados. Este verano, en la playa de La Pineda, he vivido un hecho que puede sorprender al más liberado o pasota. Si nos acompañas, amigo lector, pasaremos la moviola para darle movimiento y voz.

Había ido con una familia amiga, con cuatro hijos, uno de los cuales, Marcel, de diez años, es un niño discapacitado con diversidad funcional cognitiva, o, como también se llama ahora, un niño con «necesidades especiales».

Mientras los chicos, con la madre, se remojaban bajo un sol de justicia, yo acompañé al padre, y con la parsimonia propia del verano, fuimos a comprar unos helados para todos ellos en un chiringuito de la misma playa. Algo más tarde, mientras todo el mundo empezaba a degustar la frescura del helado, nuestro Marcel se levanta de un salto, pasa junto a un matrimonio francés y se dirige al agua donde había un niño de unos cuatro años, hijo del mencionado matrimonio. Con el agua hasta la rodilla y con el helado en la mano, nuestro Marcel lo desenvuelve y se lo regala.

Momentos de expectación para todos. Quedé asombrado y sin reaccionar. Pensé por un momento: «Ya no tendría que ser Marcel; ¡dando la nota cuando hasta ahora habíamos pasado muy desapercibidos!». ¿Qué harán los padres del niño francés? ¿Qué vamos a decir nosotros? Con un ademán de extrañeza aquel matrimonio se miran las caras y nosotros nos miramos las nuestras. El niño francés, con el helado en la mano, sale corriendo del agua y se planta en el regazo de su madre. Nos cruzamos las miradas, sin palabras, con aquella pareja y entonces estalla una sonrisa entre todos.

Gracias, Marcel. No sabrás el gusto que tenía aquel helado, pero sí que comprobamos cómo con él refrescaste y ensanchaste el corazón de todos quienes contemplamos el insólito espectáculo. Con tu gesto, sin palabras, hiciste posible vivir un momento de fraternal comunión que a ninguno -de quienes nos consideramos «normales»- se nos habría pasado por la cabeza pretender conseguir.

¿No os parece que este gesto de Marcel evoca aquel gesto de Jesús en la Última Cena, cuando coge «su» trozo de pan, el que le tocaba, lo trocea y lo da personalmente a cada uno de sus discípulos?

Entenderemos ahora también la respuesta que da Jesús a sus discípulos cuando le preguntan: «¿Quién es el mayor en el reino de los cielos?» (Mt 18,1). Entonces, añade el evangelista, «Él llamó a un niño, lo puso en medio y dijo: “En verdad os digo que, si no os convertís y os hacéis como niños, no entraréis en el reino de los cielos. Por tanto, el que se haga pequeño como este niño, ese es el más grande en el reino de los cielos. El que acoge a un niño como este en mi nombre me acoge a mí.”» (Mt 18,2-5). Y todavía, un poco más adelante, cuando los discípulos impedían que unos niños se acercaran a Jesús, él les dijo: «Dejadlos, no impidáis a los niños acercarse a mí; de los que son como ellos es el reino de los cielos» (Mt 19,14).

Vuestro,