Fecha: 9 de febrero de 2020

Manos Unidas es la asociación de la Iglesia para la promoción y el desarrollo en los países empobrecidos. La familia de Manos Unidas cree firmemente en la igualdad y la dignidad de todos los seres humanos, que han sido creados por Dios, y son  llamados a vivir plenamente como hijos suyos formando una gran familia. Por eso defiende los derechos humanos y promueve actividades de educación, de sensibilización y de colaboración para llevar a cabo proyectos de desarrollo en países del tercer mundo. Todo ello comporta también una educación que ayude al compromiso por el desarrollo humano integral, y que ayude a descubrir la responsabilidad de todos en el cuidado de la tierra, la casa común.

En su encíclica Laudato si’ sobre el cuidado de esta casa común, el papa Francisco destaca el hecho de que en el mundo todo está conectado, y de ahí la relación existente entre los pobres y la fragilidad del planeta; por otra parte, denuncia el nuevo paradigma y las formas de poder que derivan de la tecnología. Él lanza una invitación a buscar otros modos de entender la economía y el progreso, desde la conciencia del valor propio de cada criatura, desde el sentido humano de la ecología, desde la responsabilidad de la política internacional y local, con la finalidad de superar la cultura del descarte y adoptar un nuevo estilo de vida.

Pues bien, en el marco de la lucha contra el hambre y en favor del desarrollo humano integral y sostenible, la campaña de Manos Unidas de este año se centra en el cuidado de la casa común, profundizando en la relación que existe entre la lucha contra la pobreza y la garantía de los derechos humanos. A partir del magisterio del papa Francisco, consideramos inseparables la preocupación por el cuidado de la naturaleza y la lucha por la justicia con los pobres, porque el derecho a vivir en un medio ambiente sano, donde se protejan la sostenibilidad y la solidaridad, forma parte de la dignidad humana.

La cultura del descarte valora solo lo que genera beneficio propio, y desemboca en la exclusión de los más débiles, que al final acaban estorbando. Es justo y urgente construir una cultura del encuentro y del cuidado, tanto de los excluidos como de la naturaleza. Es preciso que escuchemos el clamor de los más pobres y el clamor de la tierra, y que evitemos la degradación medioambiental, que perjudica siempre a los más vulnerables.

El relativismo, la tecnocracia y el consumismo desenfrenado, entre otras causas, generan consecuencias graves como la contaminación y el cambio climático, el agotamiento de los recursos naturales, la pérdida de biodiversidad, el deterioro de la calidad de la vida humana y la degradación social, el desequilibrio planetario. Son signos de muerte que afectan a nuestra casa común y a quienes en ella habitamos. El grito de la tierra y el grito de los pobres es uno, como uno debe ser el sentimiento de unión de todos los seres humanos, porque toda la creación, y especialmente todos los seres humanos, estamos unidos por el amor que Dios tiene a sus criaturas. Esta conciencia de formar una única familia se convierte en el mejor antídoto contra la globalización de la indiferencia.

El Papa nos llama a una conversión ecológica, a una ecología integral que ha de integrar las dimensiones personales y las sociales. Una ecología ambiental, económica y social; una ecología cultural, una ecología de la vida cotidiana iluminada por el principio del bien común, que pone su mirada en las generaciones futuras. De esta forma podremos gestionar el planeta de un modo más acorde con la dignidad de la persona humana, de todas las personas humanas. ¡Ojalá pongamos remedio a tiempo!