Fecha: 5 de enero de 2025
La noche del 5 de enero es siempre una noche especial. Lo es para los niños y también para los adultos que, con el paso de los años, recordando nuestra infancia, mantenemos la ilusión y los buenos deseos de ser mejores y de que también el mundo sea mejor.
En la fiesta de la Epifanía, que significa «manifestación», contemplamos y revivimos el hecho que narra el evangelista San Mateo, la visita de aquellos sabios venidos de tierras lejanas que siguiendo a la estrella buscan más allá de lo que ven sus ojos, un rey de paz, una realidad mejor. Y en su búsqueda van a parar a María y José y el niño envuelto en pañales en la cuna y le ofrecen lo que llevan: oro, incienso y mirra. Pero antes han tenido que pasar por el rey Herodes, presencia y expresión del mal en el mundo, que asedia al niño nacido en Belén y también a nosotros. Pero ahora, fijándome en los regalos que aquellos magos ofrecen a Jesús, quisiera hacer también yo mi carta a los reyes como obispo.
El oro es algo que tiene un gran valor, un producto digno de los reyes. En la tradición de la Iglesia está asociado a la realeza de Jesucristo. Él es el Señor, el Rey de toda la creación, un verdadero rey que da la vida por los suyos para que podamos experimentar el gozo de ser hijos de Dios y hermanos unos de otros. Mi deseo es que este Rey se haga presente en la vida de todos, especialmente en las familias con dificultades, en los emigrantes que buscan una vida mejor con riesgo de perderla, en los jóvenes que aspiran a encontrar un sentido a la vida, en las personas mayores que viven solas o en residencias, pienso en aquellos que por circunstancias adversas no les es fácil encontrar motivos de esperanza. En mi carta pido a Dios que, con la ayuda y la solidaridad de todos, personas, instituciones y administraciones, puedan encontrar un motivo para vivir con esperanza.
El incienso, el segundo regalo a Jesús, es el perfume que sube hasta Dios, y es utilizado en muchas celebraciones en la Iglesia. Si el oro se ha identificado con la realeza, tradicionalmente el incienso se ha asociado a lo que se ofrece a Dios mismo: la oración, la acción de gracias, los sufrimientos y los gozos ofrecidos como sacrificio quemado en altar de Dios. Mi deseo en este día es que la Iglesia sea cada vez más imagen de Jesucristo, que se ofrece por la redención de la humanidad. Pienso en los presbíteros y diáconos que sirven a los hermanos en las parroquias, movimientos e instituciones de nuestra diócesis, en medio de un mundo complejo, en ambientes y situaciones no siempre fáciles, pero con una dedicación encomiable haciendo presente la esperanza y el amor de Dios. Pienso también en los laicos, las familias, los voluntarios que estáis en las parroquias, que formáis parte de movimientos y que colaboráis desde diferentes ámbitos e instituciones, desde vuestro compromiso bautismal haciendo presente a Dios en los ambientes del trabajo, en la escuela, en la sanidad, en la cultura, etc. Pido a Dios que siga sosteniendo vuestra fe y que ayudéis a vivir la esperanza a los demás.
Finalmente, la mirra hace referencia a la condición humana, la humanidad que se dignifica en el servicio y la entrega, aunque no siempre son reconocidos y valorados y que a menudo conllevan dificultades y muerte. En la Iglesia la mirra está asociada a la imagen de Jesús como profeta, que vive y transmite la verdad y el amor de Dios y que le lleva a ser condenado y morir en la cruz. En mi carta quiero tener presentes a todos los que se esfuerzan para ayudar a hacer una sociedad más justa, comprometiéndose desde el servicio generoso por la vida y la dignidad de las personas. Pienso en los servidores públicos, en los que defienden y acompañan la vida desde sus inicios hasta su fin natural, en los que ayudan a los demás desde su profesión vivida como vocación, en los que arriesgan por los demás, en los voluntarios en tantas instituciones, etc. Para todos ellos, signos de esperanza en nuestra sociedad, pido que no desfallezcan en esa esperanza.
Son mis deseos que presento como oración al Señor en este nuevo año que acabamos de iniciar marcado por el Jubileo de la esperanza. Y os los ofrezco para compartirlos también con vosotros.