Fecha: 4 de febrero de 2024
Estimadas y estimados. «Hágase tu voluntad, en la tierra como en el cielo»: esta tercera petición del Padrenuestro pide que nos acerquemos a la mentalidad divina. ¿Cómo, si no, podremos saber y desear lo que Él quiere? Para entender lo que estamos pidiendo, nos fijaremos sobre todo en la segunda parte de la plegaria. Recordemos que el cielo es una categoría simbólica, un lugar teológico, no geográfico, y significa el ámbito propio de Dios. Es en el cielo donde se realiza plenamente el designio divino, donde Dios reina sin ningún tipo de trabas, donde se vive en términos absolutos aquello que Él es. Y Él es amor, bien, unidad, belleza, verdad.
La cosmología bíblica entiende este espacio de Dios en oposición al espacio del mal, simbolizado por el mundo subterráneo o por el mar. Estos lugares representan todo aquello que no es Dios, todo aquello que no es amor. Entremedio hay un tercer espacio, el de la humanidad. Dios ha creado al hombre y a la mujer a imagen y semejanza suya, pero hace falta que cada persona acoja esta esencia divina libremente. Por eso, la tierra será este espacio de libertad donde cada ser humano tendrá que decidir si quiere vivir según la manera de ser de Dios o según la manera de ser del mal. Un lugar de constantes tomas de decisiones, de compromiso y de lucha, de discernimiento y de plegaria.
Los cristianos, pero, no tenemos excusas, no podemos decir que no conocemos la voluntad de Dios para la humanidad. Jesús de Nazaret nos lo ha mostrado en su predicación y en sus obras. Él mismo se apasiona por el designio de Dios, confía en Él, porque lo conoce profundamente: «Mi alimento es hacer la voluntad del que me envió y llevar a término su obra» (Jn. 4,34). ¿Y qué es este plan de Dios sobre la creación? Así lo descubre y expresa san Pablo: «que también los gentiles son coherederos, miembros del mismo cuerpo, y partícipes de la misma promesa en Jesucristo, por el Evangelio» (Ef. 3,6).
El tiempo que estamos viviendo de camino sinodal da unas orientaciones fundamentales para descubrir esta voluntad divina en el ahora y hoy de nuestras comunidades eclesiales. Hablamos de descubrirnos como familia de Jesús, de reunirnos en su amor, de escucharnos y de obedecernos en profundidad. Todo esto no son solo buenas intenciones. El camino de la sinodalidad y de la fraternidad debe ser engendrado y fundamentado en las relaciones que se viven en el espacio del cielo: comunión de las personas divinas que caracteriza la vida trinitaria y la hace única y atractiva; comunión de los santos que es plenitud de relación interpersonal.
Pedir que se haga en la tierra la voluntad de Dios implica, pues, comprometernos a engendrar una familia unida a imagen de la Trinidad, con los mismos lazos de amor con que Dios se ama eternamente. El banquete eucarístico es prenda y sacramento, porque es aquí donde todos los bautizados vivimos realmente la comunión en Cristo y llegamos a ser miembros los unos de los otros formando un único Cuerpo. Hará falta, pues, que los caminos que queramos iniciar sean siempre para manifestar que nuestra vida eclesial tiene que ser sacramento de comunión trinitaria: El cielo aquí en la tierra.
Vuestro,