Fecha: 21 de noviembre de 2021

En la solemnidad de Jesucristo Rey del universo que celebramos hoy, escuchamos en el Evangelio de la Eucaristía dominical el interrogatorio de Pilato a Jesús en el contexto de la pasión. Jesús confiesa su realeza, pero clarifica esta confesión en un doble sentido: por una parte, no quiere que su reino se confunda con los de este mundo, porque no se defiende con los medios que utilizan los poderes terrenales. Estamos ante un reinado por el que nadie combate con la violencia. En un sentido positivo afirma que su misión regia consiste en dar testimonio de la verdad. El único poder que Cristo reivindica para sí mismo es el de la verdad. La reacción de Pilato ante esta confesión tan sorprendente es de escepticismo: “¿Y qué es la verdad?” (Jn 18, 38).

Vivimos inmersos en un ambiente cultural en el que el relativismo ha penetrado profundamente en la conciencia de muchas personas. Este hecho ha tenido dos consecuencias: por una parte, se ha generalizado una actitud escéptica ante la posibilidad de conocer la verdad, como es la que se trasluce en la pregunta de Pilato y que supone en el fondo una renuncia a esforzarse por conocerla; i encontramos también sentimientos de prevención y rechazo frente a ella: se teme que aquellos que se sienten poseedores de la verdad quieran imponerla por la fuerza. El relativismo sería una prevención frente a los absolutos que amenazan la libertad.

Jesús se define como “testigo” de la verdad. La manera de realizar esta misión excluye cualquier recurso a la fuerza, ni siquiera para defenderse a sí mismo. Su testimonio lo consumará en la Pasión, en la que aceptará el sufrimiento por la verdad y nos revelará la esencia del testimonio cristiano de la fe. Este no consiste en discursos grandilocuentes para intentar convencer a los demás de nuestras opiniones; tampoco hay auténtico testimonio si se emplean medios no evangélicos para anunciar el Evangelio, como servirse de la mentira o medias verdades; el auténtico testimonio nace, además, de motivaciones limpias (no cabe la adulación, ni la codicia, ni la búsqueda del honor de los hombres). El auténtico testigo renuncia totalmente a la violencia de cualquier tipo que hace sufrir a los otros por la verdad. Al contrario, debe estar dispuesto a sufrir y, si fuera necesario, a dar la vida por ella. Por ello, los mártires, que siguieron totalmente a Cristo y dieron la vida por Él, son sus auténticos testigos.

Esta búsqueda humilde de la verdad y el testimonio, vivido evangélicamente, son hoy más necesarios que nunca. Cuando la verdad no es valorada ni buscada, el mundo cae en manos de los poderosos que crean y difunden “verdades” a la medida de sus intereses; o que se sirven de tácticas poco claras para manipular las conciencias. Solo la búsqueda humilde de la verdad es el camino para la auténtica libertad.        Por otra parte, todos deseamos un mundo bueno y justo. Verdad, justicia y bondad son inseparables: con el oscurecimiento de la verdad, se ofusca también el sentido del bien y la justicia. El escepticismo ante la posibilidad de conocer aquello que es verdadero, lleva también a un oscurecimiento del sentido de la justicia. Únicamente la verdad nos lleva a conocer y alcanzar aquello que es bueno para la humanidad.