Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
En los días pasados fui a Portugal para la 37ª Jornada Mundial de la Juventud.
Esta JMJ de Lisboa, celebrada después de la pandemia, ha sido sentida por todos como don de Dios, que ha vuelto a poner en movimiento los corazones y los pasos de los jóvenes, tantos jóvenes de todas las partes del mundo —¡tantos!— para ir a encontrarse y encontrar a Jesús.
Como bien sabemos, la pandemia ha tenido un fuerte impacto en los comportamientos sociales: el aislamiento a menudo ha degenerado en encierro, y los jóvenes se han visto particularmente afectados por él. Con esta Jornada Mundial de la Juventud, Dios ha dado un «empujón» en sentido contrario: esta ha marcado un nuevo inicio de la gran peregrinación de los jóvenes a través de los continentes, en nombre de Jesucristo. Y no es casualidad que haya sucedido en Lisboa, una ciudad que se asoma al océano, ciudad símbolo de las grandes exploraciones por mar.
Y entonces en la Jornada Mundial de la Juventud el Evangelio propuso a los jóvenes el modelo de la Virgen María. En su momento más crítico, [María] va a visitar a su prima Isabel. Dice el Evangelio: «Se levantó y partió sin demora» (Lc 1,39). A mí me gusta mucho invocar a la Virgen bajo este aspecto: la Virgen «apresurada», que siempre hace las cosas apresurada, nunca nos hace esperar, porque Ella es la madre de todos. Así María hoy, en el tercer milenio, guía la peregrinación de los jóvenes tras las huellas de Jesús. Como hizo hace un siglo en Portugal, en Fátima, cuando se dirigió a tres niños encomendándoles un mensaje de fe y de esperanza para la Iglesia y el mundo. Por esto, en la JMJ, volví a Fátima, al lugar de las apariciones, y junto a algunos jóvenes enfermos recé a Dios para que sane al mundo de las enfermedades del alma: la soberbia, la mentira, la enemistad, la violencia —son enfermedades del alma y el mundo está enfermo de estas enfermedades. Y hemos renovado nuestra consagración, de Europa, del mundo al Corazón de María, al Corazón Inmaculado de María. He rezado por la paz, porque hay muchas guerras en todas las partes del mundo, muchas.
Los jóvenes del mundo acudieron a Lisboa numerosos y con gran entusiasmo. Les encontré también en pequeños grupos, y algunos con muchos problemas; el grupo de jóvenes ucranianos llevaban historias que eran dolorosas. No eran unas vacaciones, un viaje turístico, y tampoco un evento espiritual fin en sí mismo; la Jornada Mundial de la Juventud es un encuentro con Cristo vivo a través de la Iglesia. Los jóvenes van a encontrar a Cristo. Es verdad, donde hay jóvenes hay alegría y hay un poco de todas estas cosas.
Mi visita a Portugal, con motivo de la JMJ, se benefició de su ambiente festivo, de esta ola de jóvenes. Doy gracias a Dios por ello, pensando especialmente en la Iglesia de Lisboa que, a cambio del gran esfuerzo realizado por la organización y la acogida, recibirá nuevas energías para continuar el nuevo camino, para echar de nuevo las redes con pasión apostólica. Los jóvenes en Portugal son ya hoy una presencia vital, y ahora, después de esta “transfusión” recibida por las Iglesias de todo el mundo, lo serán todavía más. Y muchos jóvenes, al regresar, han pasado por Roma, les estamos viendo también aquí, hay algunos que han participado en esta Jornada. ¡Ahí están! Donde están los jóvenes hay ruido, ¡saben hacerlo bien!
Mientras que en Ucrania y en otros lugares del mundo se combate, y mientras en ciertas salas escondidas se planifica la guerra —es feo esto, ¡se planifica la guerra!— la JMJ ha mostrado a todos que otro mundo es posible: un mundo de hermanos y hermanas, donde las banderas de todos los pueblos ondean juntas, una junto a la otra, ¡sin odio, sin miedo, sin cierres, sin armas! El mensaje de los jóvenes ha sido claro: ¿lo escucharán los “grandes de la tierra”? Me pregunto, ¿escucharán este entusiasmo juvenil que quiere paz? Es una parábola para nuestro tiempo, y todavía hoy Jesús dice: «¡El que tenga oídos, que oiga! ¡El que tenga ojos, que vea!» Esperemos que todo el mundo escuche esta Jornada de la Juventud y mire esta belleza de los jóvenes yendo adelante.
Expreso nuevamente mi gratitud a Portugal, a Lisboa, al presidente de la República, que estuvo presente en todas las celebraciones, y a las otras autoridades civiles; al patriarca de Lisboa —¡que lo ha hecho bien!—, al presidente de la Conferencia Episcopal y al obispo coordinador de la Jornada Mundial de la Juventud, a todos los colaboradores y voluntarios. Pensad que los voluntarios —fui a encontrarles el último día, antes de volver— eran 25 mil: ¡esta Jornada ha tenido 25 mil voluntarios! ¡Gracias a todos! Por intercesión de la Virgen María, que el Señor bendiga a los jóvenes del mundo entero y bendiga al pueblo portugués. Rezamos juntos a la Virgen, todos juntos, para que Ella bendiga al pueblo portugués.
[recita el Ave María]