Fecha: 10 de julio de 2022
El título que encabeza esta serie de glosas está tomado de un curioso libro, editado en 2004, bajo la coordinación de Joaquín Luis Ortega, “En comunión con la creación. De cómo se contempla el universo desde la fe cristiana”. Esta obra es un conjunto de testimonios de intelectuales creyentes mirando a la creación. Es una muestra más de la profundidad y la elevación de la ecología cristiana sobre otros planteamientos ideológicos y políticos.
(Da pena ver que el argumentario al uso para tratar cuestiones sobre la vida, como la ecología, el aborto, el abuso sexual, etc. no salga del marco de los derechos individuales, de la lucha de poder, del “empoderamiento…” ¿Quién será capaz de ver un poco más allá?)
Extraemos algún testimonio.
“En el marco de un curso de meditación estuve tres cuartos de hora contemplando una flor. Me dirigí a un macizo de margaritas y escogí una de ellas. A los dos minutos te sabes la flor por los cuatro costados. Y sigues, y la flor se va metiendo dentro. Es única, como la rosa del Principito era única. Se crea una relación. Era mi margarita. En el viaje de regreso coincidí en el tren con una amiga de mi hermana, que, al contarle esta experiència, me preguntó: ¿y no has cogido la flor? Aquello me pareció una profanación, un sacrilegio; asesinar una margarita era un acto de egoísmo y de codicia. No soy dueño de la creación, sino solo mayordomo” (Javier Calvo. Zaragoza)
Esto es una sensación, no un puro razonamiento. Pero la sensación presupone una pequeña, pero profunda explicación: “no soy dueño de la creación, sino solo mayordomo”.
Una vez nos dejamos impresionar por la belleza y armonía de la naturaleza, viene necesariamente la pregunta: ¿por qué?, ¿qué sentido tiene esto?, ¿qué es la naturaleza?
El argumento de este libro, que naturalmente es anterior a “Laudato si”, recoge un pensamiento y una vivencia de siglos dentro de la Iglesia. Esta corriente tuvo su culmen en el Cántico de la Criaturas, de San Francisco de Asís (¿qué mayor comunión con la creación que denominar “hermano/a” a cosas creadas?), y halló su máxima expresión poética y religiosa en San Juan de la Cruz (¿quién osa decir que la belleza de los bosques y riberas es el vestido con el que Dios los cubrió de su propia hermosura?)
Como siempre, las palabras se nos quedan cortas. Muchos no quieren ser mayordomos de nadie, sino amos. Pero el testigo aludido es humilde, se siente feliz siendo solo mayordomo. Porque la margarita (y toda la creación) ha sido para él un auténtico regalo del que ha podido disfrutar. Eso sí, sin profanarlo. Porque alguien le ha hecho esa gracia y nadie destruye el regalo de un amigo sin traicionar su amistad.
Otras preguntas nos vienen a la mente. Pero al menos tenemos claro que nuestra ilusión sigue siendo gozar de la belleza que nos viene regalada.