Fecha: 2 de abril de 2023
El sábado de la semana pasada la Iglesia celebraba la fiesta de la Anunciación del Señor. Desde hace unos años participamos todos ese mismo día 25 de una jornada especial en defensa de la vida humana. Una defensa que no tiene límite en el tiempo ni en el espacio aunque acentuamos esta preferencia en el día en que empieza la Vida en el mundo, en el seno de la Virgen María. Nueve meses después celebraremos la fiesta del nacimiento de Jesucristo. Expresaremos de mil maneras la enorme alegría de la Navidad y la confianza total que Dios Padre ha puesto en el ser humano cambiando sus inclinaciones hacia el odio, la venganza o la muerte en impulsos hacia el amor, el perdón y la vida. Nunca agradeceremos bastante la posibilidad de esta conversión.
Todo esto es conveniente recordarlo, una vez más, en estos momentos en que se han aprobado leyes en nuestro país encaminadas a debilitar la protección de la vida humana. Al concebido y no nacido esperando su momento en el seno materno se le endosa una ley que permite su eliminación llegando a expandir la idea de un falso “derecho” de la mujer sobre la realidad humana que lleva en su cuerpo. La llamada ley del aborto. Y también otra ley propone la eliminación de la vida de un enfermo o anciano apelando a la compasión para que no sufra más en este mundo pero que sea un tercero, un sanitario, el que se encargue del “asunto” obviando las convicciones más profundas de unos y otros y señalando con futuras listas a quienes no se sometan a la legislación vigente. Todo muy “legal” y muy “libre”. La llamada ley de la eutanasia. Hay otras leyes que socavan los cimientos de la antropología cristiana y sus promotores se sorprenden que millones de conciudadanos no quieran aceptar estas orientaciones para nuestra sociedad. Es procedente recordar la fortaleza de muchos mártires a lo largo de la historia por no aceptar determinados planteamientos contrarios a la voluntad del Dios de las promesas o por resistir hasta la muerte ante la injusticia de algunas leyes.
Ante esta situación, por desgracia aceptada socialmente, se pretende que la Iglesia católica condescienda en su comprensión. Recordamos que hace pocas semanas se firmó por parte de muchas confesiones religiosas un comunicado en defensa de la vida humana y en contra de la legislación que conduce a la muerte.Aunque el asunto que nos ocupa es mucho más amplio; afecta a otros grupos humanos sin convicciones religiosas y se resisten a aceptar postulados, cambiantes con cierta facilidad, como ocurre en las legislaciones de otros países, según las noticias que llegan.
La Iglesia se ha expresado con mucha claridad y contundencia en favor de la vida y no ha transigido nunca en favorecer la muerte provocada del ser humano porque estorba, no sirve o no se ajusta a los propios intereses personales o familiares. Todos los cristianos lo sabemos y, ante algunas dudas, recurrimos con frecuencia al Catecismo para que fortalezca nuestras propias convicciones. No es una novedad que muchos católicos, tanto seglares como presbíteros y obispos, hagan afirmaciones públicas en contra de estas leyes y no quieran renunciar a la ley de Dios. Ante ello algunos pretenden caricaturizar esta opinión de los creyentes o hermanarla con alguna opción política para desvirtuar sus afirmaciones. Incluso se mofan de las mismas o amenazan a los que desean rezar para salvar vidas humanas o se niegan a colaborar como ejecutores de muerte.
Con excesiva facilidad se habla de retroceso o de progreso a la hora de calificar leyes, opiniones y actitudes ante la vida y la muerte de los seres humanos. Los cristianos no queremos agradar o estar a gusto con estas socorridas opciones en favor de la muerte; queremos mostrar coherencia con la fe enseñada por la Iglesia y que afecta a la vida diaria.