Fecha. 29 de diciembre de 2024
Durante estos días navideños el papa Francisco abrirá las puertas santas de las cuatro basílicas papales en Roma: San Juan de Letrán (su catedral), San Pedro del Vaticano, Santa María Mayor y San Pablo Extramuros. En el resto de las diócesis este Jubileo del 2025 no se abrirán puertas santas sino iglesias jubilares. En nuestra diócesis estos templos de referencia serán: La catedral de San Lorenzo, Santuario de la Madre de Dios de Montserrat, Basílica Santa María (Vilafranca del Penedès), Santuario Santo Cristo de Piera, Santuario de la Madre de Dios de Foix, Madre de Dios de la Fontsanta (Subirats), Santuario de la Madre de Dios del Vinyet (Sitges) y la ermita de la Madre de Dios de Bruguers. A ellos podremos peregrinar, en ellos podremos rezar, encontrarnos con la misericordia de Dios y entre nosotros y cuidar todo aquello que fortalezca nuestra esperanza y favorezca el bien común. El lema del Júbilo es una llamada a convertirnos en testigos de la esperanza. Para acoger esta llamada a convertirnos en portadores de buenas noticias tan sólo necesitaremos una actitud: la disponibilidad al cambio. Abrir y educar nuestros sentidos para sintonizar con el sentido de la vida que nos aporta Jesucristo. Porque cuando los cristianos nos referimos a la esperanza, siempre nos estamos refiriendo a Dios, para quien nada es imposible. La esperanza cristiana tiene nombre propio: Jesús de Nazareth. Cristo siempre nos deja entrever posibilidades de futuro y de vida.
En vísperas de que se abran en Roma las puertas santas, pienso en las veces que nosotros nos abrimos o nos cerramos a la verdad sobre nosotros mismos, a los otros y al Otro, a Dios. Es triste encontrar personas encerradas en su mentalidad, sin capacidad para cuestionar su ideología o incluso su visión sobre la experiencia de fe, incapaces del esfuerzo por asomarse al espacio o las referencias mentales, culturales, afectivas, psicológicas, políticas, sociales, o religiosas de los demás. ¡Cuánto nos perdemos absolutizando las propias posiciones! Hemos de evitar recluirnos en pequeños mundos de seguridades, en los cuarteles de invierno donde interactuamos cada vez con menos personas, instalados en el individualismo o la única referencia a los que piensan igual. Renunciar a los matices atrofia la inteligencia y merma la fecundidad cultural y religiosa. Aboca a perder capacidad de asombro, de dejarnos sorprender y eso empobrece nuestra vida y fragmenta la convivencia.
A veces dejarse cuestionar nos da pereza; los cambios pueden producir cierta inseguridad o miedo, los prejuicios impiden la escucha empática. Entonces hemos de mirar a Jesús, Él fue capaz de ofrecer la síntesis del amor de Dios y el amor a las personas. El disponía itinerarios personalizados para traer a cada persona al Reino de Dios, para incluir y no excluir, sumar y multiplicar y no restar o dividir.
En nuestras relaciones, cerremos el paso a las excusas para justificar la pasividad, la posición que no construye fraternidad o confunde los fines con los medios, el anclarse por sistema en la oposición o en el victimismo. De este modo no damos paso a la apertura y nos perdemos descubrimientos que aportan alegría. El Espíritu de Dios es alegría. ¿Asumiremos el riesgo de dejarnos interpelar por la llamada a la conversión personal y pastoral portadora de esperanza?
El año jubilar en nuestra Iglesia diocesana es ocasión para confirmar por dónde nos lleva el Espíritu, qué fortalezas tenemos, que desafíos y qué debilidades. Es oportunidad para reavivar la esperanza en Cristo. El Jubileo señala el tiempo de abrir puertas y ventanas al aire del Espíritu Santo, creativo y creador. Es el momento de la gracia para madurar y ofrecer la mejor versión de cada uno y de nuestras comunidades, abiertos a los matices que nos hacen únicos. La memoria del Jubileo nos irá recordando la imparable fuerza del amor y la alegría que brotan del corazón de Cristo y de su Iglesia. Dios nos sostiene, nunca estamos ni estaremos solos. En el corazón del invierno, duerme la primavera.