Fecha: 16 de febrero de 2025

Con motivo de la Jornada Mundial del Enfermo que celebraremos el próximo martes, el papa Francisco, en el contexto del Año Jubilar que estamos viviendo, nos invita a hacernos peregrinos de esperanza, de la verdadera esperanza de la que nos habla santo Pablo, aquella que no defrauda (Rm 5, 5,5).

Todos sabemos qué es estar enfermo, y a menudo acostumbramos a decir que la salud solo la valoramos en serio cuando la perdemos. ¿Pero cómo mantenernos firmes cuando sufrimos en la propia carne una enfermedad grave? ¿cuándo además de nuestros sufrimientos vemos también sufrir a aquellos que nos aman y que amamos? En estas situaciones necesitamos una ayuda superior a nosotros nos dice el papa Francisco en su mensaje de esta Jornada, necesitamos la ayuda de Dios, de su gracia, de su Providencia. Por eso el Papa, en su mensaje por esta Jornada, nos propone reflexionar en tres aspectos importantes: el encuentro, el don y el compartir.

En primer lugar, el encuentro, porque el sufrimiento, físico o espiritual, nos abre la puerta a un encuentro más intenso con el Señor A la vez que experimentamos la fragilidad física, psicológica y espiritual sentimos la proximidad y la misericordia de Dios que, con su encarnación ha compartido nuestros sufrimientos.

Y esto nos lleva a una segunda reflexión, el don. Porque nunca como en el sufrimiento nos damos cuenta de que la auténtica esperanza nos viene del Señor, es un don suyo. Nuestra vida encuentra su sentido en la esperanza, en el horizonte del más allá de la muerte que a todos nos llega. Solo de la Pascua nos viene la certeza de que nada, «ni la muerte ni la vida, ni los ángeles ni los principados, ni el presente ni el futuro, ni los poderes espirituales, ni lo alto ni lo profundo, ni ninguna otra criatura podrá separarnos nunca del amor de Dios» (Rm 8,38-39). De esa “gran esperanza” deriva cualquier rayo de luz que nos permite superar las pruebas y los obstáculos de la vida. No solamente eso, sino que el Resucitado también va con nosotros, haciéndose nuestro compañero de viaje, como con los discípulos de Emaús (cf. Lc 24,13-53). Como ellos, también nosotros podemos compartir con Jesús nuestro desconcierto, nuestras preocupaciones y nuestras desilusiones, podemos escuchar su Palabra que nos ilumina y nos permite reconocerle presente en la fracción del Pan.

Y así llegamos al tercer aspecto, el de compartir. Él lo ha compartido todo con nosotros, excepto el pecado, pero también el sufrimiento. Compartir es una manifestación de amor y estando junto a una cama, en un hospital o en casa, el enfermo experimenta ser amado por Dios y los que le acompañamos descubrimos que lo que Dios ha hecho con nosotros, nosotros lo tenemos que vivir también con nuestra presencia muchas veces silenciosa junto a nuestros hermanos enfermos, haciendo visible, tangible la presencia y el amor del Señor. Y más si pensamos que enfermos lo somos todos, hoy tú y mañana yo, y que compartimos la experiencia de la fragilidad que nos hace descubrir que somos amados por Dios y también por los hermanos.

Así, todos los que participáis en esta misión, sanitarios, sacerdotes, personas consagradas, voluntarios de la pastoral de la salud, enfermos, todos, recibid mi agradecimiento porque compartís con Jesús y con el hermano enfermo el amor que Dios nos tiene.